En la Tierra a viernes, diciembre 19, 2025

EL CORTIJO-NACIÓN DE CHAVES

Sólo nos faltaba Andalucía. ¡Qué consuelo  cuando escuchamos hace unos meses a Chaves, oscurecido el fragor de las bombas en Londres, eso de que ellos  también son una nación! ¡Qué alivio! Ya estamos todos. Bueno, falta Murcia.  Ahora toca repartir carnés de patria, uno para la grande, que cada vez  es más pequeña, y otro  para la chica  que cada vez  nos ocupa  más en el bolsillo, como si  tuviéramos uno de esos renacientos matutinos, relajados de tanto dormir, ávidos de una nueva actividad reproductora, que ya lo dijo Spinoza, no sé si pensando en estas situaciones: “El ser persevera en su ser”.

 

Aupado, como césar eterno, en una  burocracia perezosa y corrupta, nuestro príncipe balbuciente se apresta  a rellenar el muñeco nacional con algo más que borra  y aserrín. Me interesa saber cuándo nació la nación, en qué momento surgen sus derechos históricos y en qué se basan, visto que algunos los cifran en la lengua, y otros en su rechazo de la romanización. La nación andaluza no vino con la reconquista, que la hicieron gentes de Castilla, o navarros y gallegos que repoblaron la Alpujarra de la que fueron desalojados los moriscos, últo vestigio de aquella mentira que se ha llamado la convivencia de las tres culturas.

 

Tampoco fue en la carrera de Indias, cuando los capitalistas italianos o alemanes hicieron grandes negocios con el oro, la plata y los empréstitos, mientras la nobleza desmayada del sur se abanicaba el sofoco de su indolencia, con el único deber de otear la llegada de los buques de América. Tampoco vino al mundo la nación andaluza entre los viñedos de Jerez, colonizados de apellidos británicos con el cabello  rojo  y la piel blanca, como gambas de golfo. Tampoco entre los olivos de Sierra Mágina, hoy poblados de magrebíes que viven a la intemperie, marginados de la teta del subsidio.

 

Quizá nació con la emigración, con los que dejaron sus casas para levantar sus familias, expatriados de un país que les negaba el pan y la sal. Pero esta piedra fundacional nos trae problemas: ¿dónde poner los límites de la patria? Si la nación andaluza se fundó en la emigración  debemos reclamar una parte de Holanda, otra de Alemania, lotes de las tierras vascas, pagos de L’Hospitalet, y unos cuantos consulados de Sefarad  en algunas ciudades del Mediterráneo. Y no está el día para pedir. Quizá es mejor no perder el tiempo en definiciones. En un futuro próxo perderemos los fondos de desarrollo, la unión dejará de pagar, y aquí hay quien plantea que ya está bien de subvenciones. No les falta razón. Hay quien inventa naciones para justificar su fracaso. Quizá el día en el que Andalucía viva de lo suyo y no dependa de la renta exterior pueda pensar con deteniento en los conflictos de inferioridad de alguno de sus políticos. Al fin y al cabo la identidad siempre la hemos llevado en la cartera. Si es legíta la pregunta de ¿cuánto nos cuesta ser españoles? también podemos hacer la siguiente, y no se me alteren, que ya me veo los espumarajos a la hora matinal de las cañitas: ¿cuánto se cobra ser andaluz? Eso, Cháves, ya que te pones así de planchado, ¡vamos a echar cuentas!

 

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