Despejadas las nieblas de la últa batalla política, llega la hora de las decisiones. Joseph LaPalombara señalaba en su legendario “Democracy, Italian style” que la clase política italiana es experta en el gobierno de situaciones de crisis, es más, sólo sabría moverse en un terreno de dificultad, en los pantanos dantescos donde un pacto puede salvar la estética y los resultados de una jugada. Agotado en sus propios delirios, “il cavaliere” corre el riesgo de ser defenestrado los suyos, o encerrado en una camisa de fuerza. Es posible que la izquierda le conceda el honor de repetir que no ha habido vencedores ni vencidos. Discutible victoria.
Las urnas han vuelto a dibujar el drama de las dos Italias: una industrial en el norte que ha votado Berlusconi y su Casa delle Libertà, y una rural y burocrática en el sur que prefiere a los once partidos que componen la Unión de Prodi. La división surgió en los 90, cuando el naciento de la Lega Nord de Bossi era la expresión de una Italia rica que aspiraba al euro y a la que no vacilaba el pulso: si hubiera sido necesario habrían planteado la secesión con tal de entrar en una moneda única de la que ahora reniegan. La crisis económica ha vuelto a abrir esa herida. Italia no crece, su deuda pública se dispara enca del 106% del PIB, su competitividad macroeconómica se esfuma y el coste del factor trabajo crece más de un 20% con respecto al alemán.
El efecto del resultado del voto sobre esta realidad es devastador si no se aplican soluciones de emergencia. Y no es fácil. Italia necesita reformas urgentes que afectan al mercado laboral y a los salarios. Prodi cuenta con una mayoría en la Cámara y una exigua ventaja en el Senado. Su coalición no es sólo frágil los números sino también las voluntades: los comunistas de Bertinotti tienen un gran peso en la Unión. Sin ellos los números no salen, con ellos nunca se aplicarán recetas liberales a la desmayada economía nacional. La división en torno a los puntos más tantes en el seno de la coalición augura un ejecutivo esquizofrénico. Sin soluciones, algunos analistas mercantiles advierten del riesgo de que Italia podría verse abocada a abandonar la disciplina monetaria del euro.
Conscientes del drama, los actores secundarios han comenzado a mover los hilos. Los preros mensajes de calma han llegado de la izquierda: D’Alema y Fassino hablan de un método para solucionar la crisis. Descartan un gobierno de gran coalición, como ofreció Berlusconi, pero aceptan que el próxo ejecutivo tenga un perfil que le acercaría a los gobiernos “técnicos” de la segunda mitad de los noventa. El caso se agrava que el mes que viene las dos cámaras tendrán que elegir un nuevo presidente de la república. En este cla de división será muy difícil encontrar un hombre de consenso, que será, recuerden, el encargado de buscar un prer ministro. Italia se asoma con medio cuerpo al abismo del caos. Es verdad que llevan así décadas. Que la clase política es un mal asumido. Pero ahora les hace falta un gobierno que al menos tome algunas medidas. Y para Prodi, gobernar va a ser, si lo consigue, un milagro diario.
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