En la Tierra a miércoles, diciembre 17, 2025

‘Me licencié sin haber tocado siquiera una cámara’

 

Cuando uno se sienta a charlar con a José María Lozano (Madrid, 1952) sabe que tiene delante a la voz de la experiencia. Entendida como una suma de errores, esta experiencia le ha llevado a alcanzar los sinsabores de la profesión periodística, pero también, a vivir una vida de plenitud empírica. Freelance definición, méritos y derecho propio, Doctor Cum Laude, profesor; y periodista, aunque él diga que no, de la Vieja Escuela. De la que marca época.

 

 

Francamente, no se dónde empezar… Me cuentan que es periodista…

Nunca me he considerado un periodista; la verdad es que tengo graves problemas de identidad profesional. Desde luego que he ejercido mucho el periodismo, lo he realizado con mucha pasión prácticamente en todos los medios aginables: prensa, radio, televisión, como periodista gráfico, retratando conflictos, países y paisajes… También he hecho cine y ahora me dedico a la docencia, he hecho tantas cosas… De ahí que no me pueda atribuir esa identidad profesional de la que hablamos, pero tampoco es algo que me te. Aún así, cuenta que he ejercido mucho el periodismo.

 

Doctorado ‘Cum Laude’ la UCM, 1982. ¿Era usted el empollón?

En absoluto. En aquella época, para asombro de propios y extraños, me daba tiempo para todo. Fíjate: hubo un año en mi vida en que estudiaba tercer curso de medicina, segundo curso de filosofía y letras y prero de ciencias de la Información. Además, me daba tiempo para ver cine y hacer política; incluso para pasar alguna temada que otra en la cárcel, salir todas las noches… Te aseguro que nunca he estudiado mucho, y sé que está mal que yo lo diga, que soy profesor. Pero en el césped de la universidad aprendí también un montón de cosas.

 

¿Acabó medicina?

No, nunca llegué a decidirme. Incluso me llegaron a expedientar mis estancias en la cárcel. Pero en aquel momento estaba muy orientado hacia el cine, era lo que quería hacer. Pensé que uno podía permitirse ser un mal director de cine, que lo más que puede pasar es que arruine a algún productor, y alguno se lo merece; pero nadie puede permitirse el lujo de ser un mal médico. Estaba, además, interesado en psiquiatría, y hacer guiones no queda tan lejos.

 

Después, Los Ángeles, al American Film Institute. ¿Perseguía el sueño americano?

No, no exactamente. Perseguía una buena formación que es justamente la que no había tenido en mis años de universidad. Pertenezco a la I Promoción de Comunicación Audiovisual de la Complutense, cuando sólo se estudiaba en Madrid, y no tuve maestros; además, había una masificación tremenda. Nos licenciamos sin tocar siquiera una cámara, literalmente. Cuando llegó la ocasión, pedí una beca de intercambio en el Ministerio y encontré el mejor sitio en el que podía aprender. Cuando llegué a Los Ángeles, el AFI era el lugar de más prestigio, donde habían estudiado David Lynch, Terence Malick, Janus Kaminsky… Me pareció el sitio idóneo para formarme y, efectivamente, fue un año realmente glorioso en el que tuve el privilegio de dirigir a actores norteamericanos excelentes; en el que tuve como maestros a directores de la talla de Richard Broks, Lawrence Kasdan, Edward Dmytryk; actrices como Jessica Lange, ejemplo… En fin, fue realmente un auténtico privilegio.

 

O sea, que se centró que hacía lo que realmente le gustaba.

Absolutamente, no te quepa la menor duda. Luego, en el cine, no he tenido tanta suerte. El cine español es un territorio complicado para moverse. A veces, he estado a punto de dar el campanazo, pero nunca ha sucedido y cada vez soy más escéptico con respecto a que suceda. Es, efectivamente, dentro de esa amplitud de horizontes que me llevaba a hacer un poco de todo lo que me permitió, al menos unos años, centrarme mucho; luego, a la vuelta, fue cuando empecé a enlazar toda una serie de trabajos en el mundo audiovisual: trabajé en ‘En Portada’, el programa de los enviados especiales de TVE; hice ‘Un mundo sin fronteras’, en aquel momento la serie de documentales más cara que se había producido en España y que me permitió estar un año entero de mi vida viajando los cinco continentes… Fueron años de enorme dedicación profesional muy enfocados a lo audiovisual.

 

Entonces, cogió la mochila para no soltarla. ¿Es un reto para el periodista buscarse la vida, o va plícito en la naturaleza de la profesión?

La mochila la había cogido mucho antes, anhelé desde siempre los viajes, moverme… Ya en el año 79 estaba cruzando el Sahara, en el año 80 me fui a recorrer Asia y crucé Turquía, Irán, Afganistán, India, Nepal… Un maravilloso viaje que duró tres meses. Después de un par de años encerrado con mi tesis, no tenía un duro. Le pedí 40.000 pesetas a una compañera y pedí un crédito en la Caja de Ahorros para comprarme mi prer equipo fotográfico profesional. Así que me planté en el Beirut bombardeado los israelíes, con una mochila y mi equipo de cámara. Todavía, la que fuera entonces corresponsal de la Agencia EFE recuerda el efecto que le produjo verme caminar como un turista las calles del Beirut destruido. Fue exactamente así: me planté allí prácticamente sin nada, con una acreditación del Diario Informaciones. Fue una experiencia inolvidable; en parte que me busqué la vida, nadie me dijo que fuese ahí, me planté sin más.

 

¿Pero era un reto que se marcó entonces o ya lo llevaba en la sangre?

Me molesta pensar que las noticias que se leen y que pasan en el mundo son noticias que se leen entre dos sorbos de café en el desayuno. Pensaba que estábamos viviendo un siglo XX apasionante y no quería ser espectador de los acontecientos. Yo quería estar allí, quería ser testigo del momento, y así fue como lo hice. Hoy día, me recreo con las enciclopedias cuando veo algún hecho histórico del que he sido testigo, como cuando en 1982 Yasir Arafat abandonaba el puerto de Beirut. Yo era uno de los tres o cuatro periodistas que estaban ahí en ese momento. Fui uno de los pocos en retratar aquel momento, y me siento, sin duda, orgulloso de ello.

 

Siempre ha ido libre. ¿Eso le ha acarreado muchos problemas?

Sin duda, todos los problemas del mundo. En la medida en que yo no buscaba ni fama, ni dinero, ni un puesto fijo en una redacción, la verdad es que nunca me ha tado. Pero, claro, piensa que yo no tenía absolutamente ninguna facilidad para publicar. Al volver de los viajes, tenía que pasearme todas las redacciones con mis fotos, vendiéndome y tratando de vender mis retajes. A veces, me publicaban retajes que habían quedado desfasados en la actualidad del momento. ‘Ya huele’, me decían, en argot periodístico. Aún así, he podido contar lo que he querido y he tenido la satisfacción de enseñar mi visión del mundo en medios que, quizá, no me hayan dado fama ni prestigio; pero he podido contar lo que he visto y ese es el mayor privilegio siempre para un periodista.

 

Me agino que, amén de las trabas, habrá alcanzado muchas más satisfacciones.

No te quepa la menor duda.

 

A la hora de vender sus retajes, ¿son conscientes los medios de los riesgos que corre un freelance?

Por supuesto que no. La figura del freelance está tremendamente expuesta y sacrificada en ese sentido, no está en absoluto nada valorada. Particularmente, pienso que yo no hubiese podido hacer las cosas de otra manera; que nunca me atrajo la tentación de quedarme fijo en una redacción, y en cierto sentido, esto ha sido un privilegio. He conseguido sobrevivir así, ha sido una inversión correcta.

 

¿Ha sufrido alguna vez presiones, o censuras de algún tipo?

Imagino que las razonablemente inevitables. Es algo que me molesta mucho y que cada vez me pasa menos que, en un momento dado, me rectifiquen una redacción, me corten un párrafo, me abrevien… Es la ley del periodismo pero en este sentido, como nunca he actuado de encargo y siempre he ido libre, puedo decir que siempre he sido muy respetado. La censura que he sufrido no ha supuesto, en ningún caso, que haya tenido que pagar un precio excesivo.

 

Retajes en Chile, India, Islas Vírgenes, Indonesia, Malaysia, Vietnam… Leí que todos los males se le curan al subirse a un avión. ¿Vuelven cuando, de vuelta a casa, se sienta a escribir?

Siempre he dicho que lo que mis amigos se gastan en el diván del psicoterapeuta yo me lo gasto en viajes. No hay nada como poner distancia entre tú y tus problemas, que inmediatamente desaparecen. Pero no te quepa duda de que es una falsa solución, ya que vuelven todos al tiempo de regreso. Es lo que yo llamo ‘la vuelta al agujero’. Cuesta, cuando vuelves de vivir una experiencia tan intensa, volver a la vida cotidiana, a la rutina, es muy duro. La inactividad, el estar en el mismo lugar demasiado tiempo, llegó incluso a costarme el matronio.

 

Enviado especial a los conflictos de Líbano, Nicaragua y Sahara Occidental…

Lo de enviado especial sabes que, realmente, es un rótulo que te cuelgan los periódicos… yo me enviaba a mi mismo.

 

Cuando alguien sale de un conflicto y reflexiona… ¿Las heridas de guerra duelen más cuando la desgracia ajena se graba en la retina para siempre?

Fíjate que siempre he sido muy crítico respecto al papel que jugamos los periodistas en los conflictos. Es cierto que para sobrevivir en esas situaciones tienes que insensibilizarte al dolor, al mismo tiempo que has visto cosas totalmente sobrecogedoras que sabes que no vas a olvidar en tu vida: desde ver morir delante de ti a un combatiente en Nicaragua a ver sacar los cuerpos destrozados e irreconocibles bajo las ruinas del Edificio Sanaya, volado con una sola bomba de vacío la aviación israelí. Al mismo tiempo, se da la paradoja que decía Hemingway, cuando estaba en Madrid, durante la guerra, decía aquello de que ‘la guerra de España fue la época más feliz de nuestras vidas’… Con todo esto, confieso que yo he sido muy feliz en esta experiencia. Es lo cierto. Tienes la sensación de vivir al límite, de que tanto la vida, como la muerte, no valen nada. Tienes que aprovechar y vivir intensamente cada momento y eso, desde luego, te cambia la perspectiva de la vida.

 

Para terminar, una breve mención a su faceta académica. ¿Es usted un predicador de sus propias tribulaciones y experiencias?

Soy un profesor; y además, creo que un buen profesor. Pero no me siento muy profesor, que me gusta la enseñanza pero no es lo que más me gusta. Considero que vivo una historia de amor posible con el cine, que es lo que realmente quiero hacer y a lo que realmente me gustaría dedicarme; pero cuando el cine me cierra las puertas, la universidad me abre los brazos. A mí, como a tantos otros, la universidad nos ha salvado prácticamente la vida. Me gusta, disfruto dando clases. Siempre me he tenido, aunque no siempre lo he conseguido, un contagiador de pasiones… En este sentido, procuro enseñar lo que he aprendido en la profesión real; tengo esa suerte, de enseñar lo que aprendí en la vida y no en los libros, para reflexionarlo y razonarlo también a través de la experiencia escrita a través de la teoría. Aunque esa ha sido mi pretensión, soy consciente de que no siempre lo he conseguido.

 

¿Tan al fondo está esa espinita que tiene con el cine?

Desde luego que sí. Cada vez soy más escéptico que no es un camino fácil, sobre todo cuando uno no está dispuesto a seguir según qué reglas, a pensar en la rentabilidad antes que en contar una buena historia, que es lo que a uno le apetece. Me queda la espina del cine; de lo que no me cabe ninguna duda es de que si no me cae ninguna teja saliendo de esta entrevista, de alguna manera acabaré contando las cosas que quiero contar, quizá en un libro, que es más barato que convencer a alguien para que te de 300 millones para contar una historia; pero desde luego, acabaré quitándome esa espina de alguna u otra manera.

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