Más allá de las trifulcas políticas, muchas de ellas estériles, vanas y ridículas, existe una España real que funciona y trabaja con la mirada puesta en el futuro. Pero ya se sabe que en los medios nos quedamos con la blanca crema de la espuma de los días. Los diarios traen cada mañana un vertedero de palabras que han dejado de significar lo que un día dijeron, como si fueran lavadoras oxidadas o televisores de lámparas, un cementerio de lexemas y morfemas donde tras cada jornada se escucha el estruendo de los camiones que dejan su carga de material obsoleto.
Hay una España que hace tiempo que dejó las podridas dialécticas nacionalistas, y que ha tejido una trama tupida de relaciones e intercambios para jugar en un terreno en el que la nación no es más que un proyecto común de convivencia construido sobre realidades que han superado los viejos conceptos del siglo XVIII. La clase política, ni en la izquierda ni en la derecha, se ha enterado de que
Es lo que me sugiere una visita al Centro Nacional de Energías Renovables, una Fundación pública, creada el ministro Piqué, con sede en Sarriguren (Navarra). Un centenar y medio de ingenieros, físicos, arquitectos, meteorólogos, investigan la energía del futuro: la biomasa, el biodiesel, las aplicaciones de la energía solar, los flujos de la eólica, la construcción de ciudades biocláticas. Lo prero que sorprende en la visita es el silencio. Sobre la mesa, su director Juan Ormazábal, despliega una red de relaciones nacionales e internacionales y enseña cómo en pocos años este centro se ha convertido en una referencia mundial para salir del anunciado colapso energético.
Hay una España real que ha roto con inteligencia los marcos oxidados de
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