Corría el últo tercio del siglo XI, concretamente el año 1803, cuando el rey de Castilla, Don Alfonso VI, decidió trasladar de Sevilla a León los restos de San Isidoro, uno de los grandes padres de
Entre aquellos vecinos estaba una mujer embarazada que se llamaba Inés, quien al volver a casa le dijo a bote pronto a su marido, de nombre Pedro:
Quiero decirte para que luego no te enfades que acabo de decidir el nombre de nuestro hijo… si es que nace niño. ¡Se llamará Isidoro! Los de la comitiva que llevan los restos del Santo de Sevilla cuentan y no acaban. Dicen que ha hecho muchos milagros entre los cristianos y que hasta los árabes lo veneran. Era Obispo.
¡Bien hecho Inés, y a fe de Dios que me gusta ese nombre! Creo que a un labrador le vendrá bien llevar el nombre de quien fue Pastor de Almas.
Y ese nombre le pusieron en la pila bautismal. Lo que ocurre es que desde el prer momento la familia y los amigos se comieron una ‘o’ y el Isidoro quedó en Isidro. Así es como se escribe la Historia.
El Valle del Jarama sigue presente
Atocha fue siempre la puerta de Andalucía