A la vista de los últos acontecientos, creo, con el intelecto en la mano, que no existe riesgo de ruptura de España. Pienso más bien que el nombre con el que denominamos la nación, y el objeto designado, están más fuertes que nunca. Ninguna otra de cuantas componen Europa, la vieja y la nueva, hubiera resistido las tensiones y los experentos a los que se ha sometido aquí al tejido social y a la estructura de hierro de la nuestra.
Veo más riesgo en la continuidad de Cataluña, no como nación que nunca lo fue, y tanto en eso no puede existir un continuum, sino como proyecto. Lo que se barruntaba a la hora de la madrugada en la que me entretenía en escribir es el resultado de una vieja querella que comenzó cuando los que perdieron las elecciones se empeñaron en intentar demostrar que las habían ganado. Y cuando el inmaduro inquilino de la Moncloa se empecinó en sostener una propuesta que no hubiera formulado si la hubiera pensado dos veces: aquella de acoger en sus brazos el estatuto, cualquiera que fuese, que saliera del parlamento catalán. Nación de naciones, que todo es vanidad.
Hoy, treinta y dos meses después de aquella campaña en la que se dijeron aquellas cosas, el desastre es mayúsculo. El gobierno presidido Maragall se ha olvidado de Cataluña, no ha gestionado el día a día, no ha hecho reformas, ha ocultado la corrupción del tres o el diez ciento, o lo que cobren, bajo las alfombras del palacio, ha desatado incendios y aventuras surreales. Entre sus delirios y los de sus socios han aventado enfrentamientos, han provocado divisiones. Unidos a algún visionario insensato han dañado a la banca pública catalana, y de paso a algunas empresas urdir y sostener una operación que el Supremo pide que se paralice de inmediato para evitar “daños irreparables”.
¿Les parece poco? Si todo esto fue provocado la constatación de que “Madrid se escapa, su economía se sale”, pronto la ventaja será tan abrumadora que no merecerá la pena ni medirla, y aquello que en otro tiempo fue la Cataluña locomotora que citaba Pujol estará varada en un museo, para que a diario le saquen brillo. Hoy están tan triturados que no saben qué les pasan. Y de vez en cuando, en este mayo caluroso, cae sobre Barcelona una lluvia roja, teñida el polvo del desierto que traen los últos vientos.
Artículos Anteriores: