Han roto. Al final ha sido como casi todos los divorcios, aunque en este todos se reservan algunas parcelas compartidas, si en el futuro les hiciera falta reeditar un pacto que ha dado grandes tardes a los cronistas de la política y muchos disgustos y pocos resultados a los catalanes. Lo cierto es que quienes les eligieron y quienes optaron otras siglas políticas no se merecían esto.
La muerte de este pacto se certificó en dos tardes, con la traición de Zapatero a Maragall, que se enteró de las infidelidades del presidente en sendas llamadas del jefe de la oposición en el parlamento autonómico. Es una vieja historia de felonías, un cuento de paciencias sobradas y de tazos disulados. Pascual ha envejecido, y hace mucho tiempo que sangra las heridas del puñal que le clavó su amigo Zapatero.
Como en el bolero, ZP canta aquello de “lloro la inmensa pena de tu extravío”, mientras el presidente catalán administra los restos de su barca, con la esperanza de que el pacto entre Mas y Zapatero no se consume. De salir adelante, el inquilino de
Hoy cabe preguntarse la suerte del Estatut, y el referéndum planteado en Cataluña, con la inquietud sobre cuál será la respuesta de los ciudadanos de Cataluña ante el espectáculo lamentable de su clase dirigente, de la que ese proyecto estatutario no es más que una secreción perfecta, muestra representativa de todos sus males.
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