TITA TALADORA

Tiene la mirada de los conversos, de los arrepentidos, de los que han llevado una vida de pecado, quizá de grandes pecados, y están dispuestos a arrepentirse y propagar la nueva fe, que solo con el proselitismo se perdonan los grandes expedientes. Tita lo hizo. No lo sabíamos, pero nos lo han contado con detalles que son como cornadas para las almas sensibles. El domingo tuve que esconder esas hojas del periódico para que mis hijos no vieran el cren de la chica, cuando era otra

Ya no existen vicios privados, todos son públicos, sobre todo si amenazas con encadenarte a un plátano como la chica de King Kong. Tita quedaría muy mona en la entrada de la Ciudad Santander de Boadilla, donde tienen un olivo centenario que responde al nombre del gorila, su tamaño. Cuando los domingos paso a lomos de mi bicicleta, saludo al gigante que ni me mira, pasible en su edad premoderna. Pero Botín no tala, más bien trasplanta, y consigue, ¡milagro!, que árboles con más raíces que un Matusalén catalán, revivan en ese jardín bancario, a tan solo unos kilómetros del paseo del Prado.

Resulta que Tita tala, o más bien talaba, que ya no. Ella estaba de viaje cuando mataron a sus retoños con una motosierra armada de silenciador. A su regreso, la baronesa lloró, y se postró de hinojos frente al alma de los bosques, hincada sobre el polvo de serrín, y entonces vio la verdad, y ahora ha identificado el rostro del mal en Gallardón, y eso, vestida de blanco hueso y perlas nos hablaba este fin de semana en “Diez Minutos” de “Mi lucha”.

Que sepa que la queremos igual, que siempre le estaremos agradecidos los cuadros del barón, y su colección de pinturas, y la Casa de Cultura que les regaló a los de su pueblo (Los Arcos, en Navarra), que no hace falta que se encadene, y que su rapto de amor a los árboles no se lo cree nadie. Que deje los árboles para la Bardem, que no ha talado nada, que está más habituada a segar los campos con la hoz del proletariado. Se le ve en las manos.