Hasta allí donde alcanza mi memoria, Gallardón siempre ha estado con las víctas. Hice un repaso minucioso cuando la tarde de este sábado algún energúmeno grito aquello de “Gallardón al paredón”, sin duda anado, jaleado, vitaminizado el verbo de Jénez Losantos, que tomando como base la reseña periodística de alguna declaración del alcalde arremetió contra el burladero, saltó al callejón y elevó un poco más la voz para que superara su altura de hombre mediano: “A Gallardón no le tan los muertos del 11 de marzo”, concluyó. En fin, es algo que ya no nos sorprende, el zarandeo dialéctico, el desprecio en el tono y en las formas para todo aquel que no se alinee en las posiciones de Federico. Ocurre en su emisora, así que no debe sorprendernos que aplique el mismo rasero con quienes desde la política mantienen posiciones matizadas.
La memoria me alcanza al menos para recordar que el alcalde de Madrid ha sido de los pocos que en público se han atrevido a sostener juicios autocríticos e invitaciones a la reflexión de los populares. No me ta si en su ambición quiere ser presidente del gobierno, jefe de locutores de Radio Nacional de España, o director de
Lo demás son ganas de enredar y dirigir un partido al que siempre le suelen salir dirigentes que podríamos llamar extrauterinos, esos que en la perorata matinal o en la carta dominical le dicen lo que tiene que hacer y esperan el resultado. Es posible que Gallardón tenga aspiraciones de futuro. Si las tiene, allá el. Pero estoy seguro de que son más transparentes que las que anan la adrenalina de Jénez Losantos, hábil zapador de cuevas cuenta ajena, embozado siempre en ese disfraz de ácrata, tanto que a veces uno puede pensar si no es la mejor arma de















