El ministro Alonso, que entró en la clandestinidad la puerta del caso Bono, ha salido el pórtico del infortunio a lomos de la estatua ecuestre de Francisco Franco, fundador y prer director de la Academia militar de Zaragoza. Lo esperábamos. Este es el gobierno de
Es normal que el Partido Socialista quiera elinar toda huella de un tiempo en el que no estaba ni se le esperaba. Después de haber convivido con comodidad con la “dictablanda” de Pro de Rivera, después de haber extremado el régen republicano hasta hacerlo saltar todas sus costuras (Prieto y Largo Caballero), fugados con el botín, entregado el oro del Banco de España a los soviéticos, se dedicaron a vivaquear en los pastos lejanos mientras el régen del dictador se asentaba, crecía, organizaba la apertura económica, y últo, muerto el general, se aplicaba una reforma para instaurar una monarquía y dar paso a un sistema democrático.
Los socialistas regresaron de Francia para ocupar sus escaños en el Congreso y en el Senado. Durante la dictadura no existió otra oposición y otra clandestinidad que la que sostuvieron los comunistas, y los grupos maoístas. El resto aguardaba la madurez podrida del franquismo para ocupar posiciones. Ahora quieren hacer la tarea que no quisieron o no tuvieron arrestos de cumplir cuando de verdad se necesitaba.
Es un rasgo muy propio de Alonso. Cuando era magistrado los funcionarios le conocían su afición a utilizar el juzgado para heroicas intidades, a puerta cerrada. Ahora le queda el honor público de quitar los recuerdos de una historia con la que no se llevan bien, que forma parte de su vergüenza. ¡Qué le vamos a hacer! Franco es hoy solo una estatua. Si estuviera vivo no se habrían atrevido ni a mear el pedestal en una borrachera de madrugada. Lo que no pueden remover, ni con grúa, es la evidencia de que nuestra democracia tiene su origen en el régen del general.















