Mis chicos vagan casa preocupados. Esta mañana han escuchado en la radio que van a tener una nueva asignatura. Dicen que se llamará “Educación para la Ciudadanía”. Ellos, que son buenos chicos, piensan que se trata de un castigo, el producto de uno de esos momentos cumbre en los que el profesor castiga a toda la clase las trapacerías de alguno de ellos. Y una vez no sé qué decirles. Estoy tentado de contratar un profesor en casa, una especie de preceptor, que les enseñe las cuatro reglas, la geografía y la historia, las de verdad y no esas de juguete que ahora explican en las escuelas. Quiero regresar al trivium y al quadrivium, y que aprendan a hablar y argumentar, y a moverse el mundo. Me pasma esa nueva educación que pretende el gobierno.
Es hora de abrir el debate, de poner sobre la mesa cuál debe ser el papel del gobierno en
Soy tan radical en esto que creo que la asignatura de religión debería estar proscrita de las aulas, al menos de las públicas. Como dice el filósofo católico Robert Spaemann, “la mejor garantía de que los hijos no pierdan la fe es sacarlos de la clase de religión”. Ya lo ven. Ahora vienen de nuevo los socialistas educadores, con una asignatura en la que van a cargar las tintas con contenidos ideológicos, y lecciones donde se explican los diferentes modelos familiares. ¡Qué tedio, qué aburriento!
Las escuelas se van a convertir en fábricas de acuñación ideológica de las mentes de nuestros infantes. Así que espero que
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