El mar es el mismo mar de todos los veranos, surcado los yates de los nuevos ricos, que compiten en eslora urbanizable, que está feo enseñar otros calibres y ya no es moda presumir de atributos que no sean pisos, grúas como pájaros de la estepa, y metros cúbicos de hormigón armado. Es
Bien es verdad que hay tradiciones que no fallan. Galicia arde como todos los veranos, aunque ahora que gobierna la progresía la culpa la tienen agricultores y ganaderos, ávidos de pasto, cómplices del efecto invernadero y del cambio clático.
En esta modernidad líquida de la que habla Bauman, se aprecian ofertas de verano de los nuevos líderes de opinión. Prero fue Berlusconi el que prometió no hacer uso del matronio en unos cuantos meses. Ahora viene Paris Hilton a ofrecernos en el altar de la vida pública una castidad de un año en el que sólo besará a sus novios, sin dejar que pasen sus lenguas otra cosa que no sea su boca. Apreciamos el gesto. Vuelven las antiguas virtudes, desprovistas de cualquier significado, de cualquier trascendencia, que no sea el titular de la prensa veraniega. Ya sólo somos un objeto de diseño. Pronto veremos a Hilton casarse de blanco, con el virgo recompuesto, con algún magnate del ladrillo que le prometerá ante el dios de la televisión una recalificación de sus hoteles para hacer pisos de protección oficial.
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