Hay fotos que no se pueden sotar. Hay tadas que te hacen saltar de la tumbona, arrojar el libro de Steiner sobre los Grandes maestros y ordenar que calienten motores del Falcon. Tropiezas con las niñas, y de la Mareta sale como un huracán de órdenes y algún pequeño juramento contra los cocineros que, ajenos a la realidad, quieren saber qué se ordena para el mediodía, qué menú tomará el señor, si pargo o che, pescados de la costa negra de Lanzarote.
No, no podía ser. El resumen de prensa traía la foto en tada de El Mundo. Rajoy, armado con su camisa azul de faena, desnudo de chaqueta y de corbata, contempla, con el pecho henchido de indignación, el fuego devastador de Galicia, un incendio que no devora eucaliptos, esos árboles de creciento rápido hipervitaminado, sino pinos, pinos gallegos que están a punto de formar parte de la “santa compaña” forestal que este verano es una manifestación, más nutrida y apretada que aquellas del Nunca mais.
Rajoy se enfrenta al fuego con un cámara de
Seis días después del prer fuego, después de una semana de alarmas los montes y carreteras gallegas llegaba Zapatero, como llegado de otro fuego telúrico, aquel que inspiraba a César Manrique. Ha ido y ya es algo, quizá a decirle a Touriño que él, el presidente, tampoco sabe hablar gallego pero tiene una motobomba,
Y es que no aprenderán que la política es estar allí donde la televisión ha puesto el foco, donde arde el patio, en el fuego en el que se cuecen las emergencias y las soluciones.
El mismo periódico traía una frase genial, Rodríguez, que deberías aplicar a tu gabinete de comunicación. Es, no podía ser menos, de
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