Hemos enviado a Bernardino a esa cumbre en la que Chaves, al que mi amigo Andrés Oppenheer identifica como un “narcisistaleninista”, quiere dejar al “perialismo yanki como un títere derrotado”. Es verdad que hay que estar en todas partes, incluido el Infierno. El problema de nuestra diplomacia es que sólo estamos en esas reuniones de ancianos dictadores decrépitos y jóvenes proteicos que utilizan su exceso de fuerza no para procrearse sino para arruinar países. El autor de “Cuentos chinos” divide los países en dos tipos: los que atraen y los que ahuyentan capitales, los previsibles y los previsibles. En esa reunión están algunos de los expertos en que el capital, el que crea riqueza, salga de estampida o no piense ni en viajar. Y ahí va España, supongo que a vender frascos de colonia “Alianza de civilizaciones”.
Aquí los que vienen son los inmigrantes, y bienvenidos sean siempre que lleguen los puertos legales y con un contrato, como iban nuestros abuelos a Estados Unidos, a Suiza o a Alemania. Ahora llegan de Pakistán y gracias a Intet, donde Caldera y su jefe de prensa han difundido las mil maravillas de este reino que hace regular todo lo que es irregular, que legaliza lo que en ningún otro sitio será legal. La Unión Europea nos ha dado veinte collejas con el asunto de los inmigrantes. Lo ha hecho el comisario Frattini, el ministro Sarkozy, y el últo en apuntarse a esta moda ha sido Joaquín Almunia, que ha esperado a que hablen los demás vergüenza torera y un detalle de patriotismo.
Estamos en tierra de nadie, al pairo. Esa es nuestra situación real. Somos amigos de los cuatro sátrapas que gobiernan repúblicas bananeras, de los ayatolás que quieren exterminar a los israelitas y terminar con el poder de los Estados Unidos, de los que chantajean a las empresas españolas en Bolivia o en Argentina. Comparten la idea de democracia que tiene nuestro gobierno. Es un vicio cíclico en la historia de España. El últo que practicó esta política se llamaba Franco. Ahora encontramos la razón de la lpieza de estatuas del caudillo. No quieren dar ideas.
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