Vuelve el pásalo como herramienta política. Circulan cartas y mensajes para detener el desastre. La política deforma las leyes de la física hasta extremos sorprendentes. Uno pone en marcha una fuerza y ese vector se puede volver contra quien le dio el prer pulso en un giro perverso. Por el camino la fuerza crece. Los socialistas, con el visto bueno de Zapatero, pusieron en las encuestas el nombre de María Teresa. Lo que ha vuelto es un clamor en sus filas, una opinión general que la considera Fernández de
Circulan diversas hipótesis sobre el origen de los mensajes. Los voceros que representan en las tertulias la versión de Ferraz, tipo Antonio Casado, dicen que es el PP el que maneja los móviles. Es posible: PP y nuevas tecnologías son incompatibles, de momento. Hay quien dice que es Sancas, que habría convertido su Play Station en un editoremisor de mensajes. Otros atribuyen la campaña a la propia Fernández, o a ese Bono juguetón que desde la sombra no deja de hacer faenas a los suyos. Poner en danza el nombre de la vicepresidenta ha sido el enéso error de Zapatero. Mientras, Espe viste de rojo Ágata, con la seguridad de quien lleva un color que es suyo, y Gallardón se pasea encasquetado los túneles secretos de
Pepiño no tiene nada que ver en todo esto. Estaba ocupado en el decálogo. Ayer subió a la montaña, y el becerro de oro de la corrupción le entregó el decálogo para salir del desierto. Con su torpeza habitual, intenta hacer de un problema particular un caso general. Mientras anunciaba las diez medidas, los suyos se repartían el botín a dentelladas.
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