Sin justicia no hay paz. Esta obviedad, repetida una y otra vez desde el inicio del llamado ‘proceso’, amanece este vies como la condición prera esencial e prescindible del camino iniciado Zapatero hace ya unos cuantos meses. Se lo dijeron las víctas, se lo reiteraron quienes saben de cómo es la banda, de sus quiebros, de sus trampas, de su insistencia en mantener sus reclamaciones políticas. Los que han pagado en sangre dolor y lágras estos treinta años de terrorismo han puesto dos balizas a este ‘proceso’: la justicia y la dignidad, y viceversa. La dignidad se perdió esta semana en Estrasburgo, pero doblegar la justicia va a ser más complicado.
Hace ya tiempo que la tensión entre jueces y fiscales no ha hecho más que crecer. El punto máxo comenzó cuando este mes Conde Pungido lanzo la advertencia de que desde el ministerio fiscal se iba a despejar el camino al ejecutivo para que alcanzara sus objetivos. La rebelión del fiscal del caso de Juana Chaos, el fiscal Alonso, es la punta del iceberg. No es un caso aislado. La repugnancia moral pregna la fiscalía y se difunde la fibra óptica de los teléfonos, cuando la orden emitida desde la altura jerárquica exige que se rebajen las peticiones de pena. Recuerden que un sujeto como Otegui tiene cinco casos pendientes, y suma y sigue. La justicia no puede parar, no puede sufrir la marcha atrás de los robos de pistolas, que entonces estaremos ante la prueba de que se trata de un ‘proceso de rendición’, y entonces deberíamos inventar el ‘empeachment’ para poner ante la justicia al presidente del gobierno.
Posdata para Zapatero: cada minuto que aplaza la respuesta que merece el robo de armas en Nîmes profundiza usted la indignidad en la que ha metido al ejecutivo y de paso a la nación.
Artículos anteriores:
