Olvidémonos de la banda terrorista. Que les den, que les demos, lo que piden. No dejemos que humillen más a nuestro presidente. No busquen ironía en estas palabras. Salvemos a Zapatero, aunque para sacarle de este atolladero en el que se ha metido él solito como un visionario ungido los signos favorables de la suerte, los astros y la historia, tengamos que renunciar a lo que ha costado tantas vidas: la libertad, la dignidad del estado, y el peso granítico de la ley. Sufro desde esta mañana, cuando he leído el titular de su diario de cabecera en el que llama la atención la alarma del gobierno, inquieto que los jueces quieren que se cumpla la ley. Que termine esta tortura, favor.
Pienso que muchos otros se querrán unir a estas rebajas de noviembre. Debemos suspender la ley, soltar a de Juana para que engorde, dejar en paz a Atucha, ir soltando presos, dejar Navarra a la deriva de las corrientes agitadas no remos sino pistolas. Si a esta fiesta caótica y anárquica se quieren sumar los narcotraficantes, los violadores, los delincuentes financieros, los Albertos, y aquellos que como el Pocero hacen méritos para encontrar un lugar en la historia de los despropósitos sin terminar de encontrarlo, que entren, que hay botijo para todos. Que nadie se quede al margen de estas bodas en las que Zapatero convertirá el vino en hiel con un solo toque de su mano.
Se le ha terminado el tiempo y las otunidades. Se le acabó la suerte cuando España vino a casa sin el Mundial. Mayor Oreja le advirtió de que Eta arrastraría su nombre y su dignidad la tierra baldía, y no hizo caso. Organizó un lío shakespeariano con Cataluña y ha resucitado al que tomaba café con los pistoleros, endulzado con el azúcar negro de las víctas. De verdad, que termine esto, no permitamos que hagan con nuestro presidente un monigote de carnaval al que todos pegan. Démosles lo que piden, y ocupémonos del cambio clático, que es lo que de verdad provoca víctas.
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