No conviene exagerar. “Las palabras terminan crear la realidad que nombran”, escribe Paul Auster. Los medios, y en especial la televisión, crean aquello en lo que insisten. Las “crónicas” de Sardá y otros escaparates de vísceras pusieron de moda el insulto, el grito, la zafiedad sentental, la palabra soez. Ahora ese el estilo de vida de muchos adolescentes, su forma bruta de manifestarse. Se ha puesto de moda. En las escuelas están preocupados. Dicen los profesores que el principal problema que tienen es la indisciplina, pero que si insistos tanto terminará ser la violencia.
Me cuenta José Antonio Marina, en una charla en su ático, que los agresores pueden ser entre el 3 y el 5 ciento de los alumnos. La condición de vícta alcanza al 5 ciento. Por tanto, la clave está en el 8590 ciento de alumnos que no son ni agredidos ni agresores, y que en su condición de espectadores pueden inclinar la balanza de un lado o del otro. ¿De qué forma? Haciendo que no sean indiferentes ante el sufriento del otro, haciéndoles responsables de la situación. Hay colegios donde funcionan equipos de alumnos constituidos en unidades de mediación en el patio, vestidos con chalecos amarillos como los que se venden para conductores. En el fondo se trata de hacerles responsables de lo que pasa a su alrededor.
En el fondo es lo mismo que ocurre con los adultos. Cuando más lejos hemos estado de resolver el problema de la violencia en el País Vasco ha sido cuando la sociedad vasca respondía con apatía, miedo e indiferencia, a lo que ocurría alrededor, cuando se decía aquello del “algo habrá hecho” ante el paso del féretro de la últa vícta. Los policías tutores ayudan a resolver el problema de las escuelas, pero mientras no se cambie la actitud de quienes jalean al gañán zafio que golpea la nuca del tímido gordito, no habremos dado ningún paso.
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