Llegó a la escombrera de Barajas como recién expulsado de unos ejercicios espirituales. Así hablaba, con el gesto tieso, como si hubiera dormido a la intemperie y hubiera abandonado su cuerpo como un cadáver (ac cadaver, que diría Ignacio de Loyola). Sólo le faltó, para cumplir el manual católico, hacer propósito de la enmienda. Hizo un paréntesis y un salto mortal, y se fue directo a la voluntad, como si el final del terrorismo fuera sólo una cuestión de compromiso, como si hasta ahora no hubiera puesto todo lo que debiera de su parte para terminar con las bombas. ¿Bombas de quién? Su excelencia el presidente del gobierno habló sobre los restos del módulo D como si las toneladas de explosivo hubieran sido un castigo del cielo los pecados de todos. De esas condenas nos librará Zapatero con la fuerza de su voluntad. Tenemos derecho a vivir sin bombas, claro que sí. Y el gobierno la obligación de ir a ellos, de meterlos en la cárcel, de aplicar el estado de derecho en su literalidad, de hacer justicia, de someter al tigre, y de recordarle en todo momento que con cada uno de los muertos, la banda ha perdido la legitidad de reclamar lo que exige. Nunca hemos dudado de la voluntad de Zapatero. No hace falta tanto que hoy tenga más determinación que ayer, pero sí creemos que ha errado en el camino, en los métodos, en las cautelas y en la eficacia, y que desde el principio se ofreció a pacificar al tigre, cuando todos sabemos, ya lo dijo Adenauer, que la única forma de satisfacer a la bestia es dejarse comer ella. Cinco días después de la bomba, agotado su retiro en Doñana, mientras la nación esperaba algo más que el ridículo de su prera comparecencia, Zapatero ha vuelto para dejar abiertos los mismos interrogantes. En sus palabras no hay ningún asomo de rectificación. Es tanto más urgente que nunca que dita y ponga fin al bienio negro que nos ha regalado. Los socialistas andan hablando en corros sobre la forma mejor de librarse de él. No estaría de más que en esta hora de emergencia, mientras aparecen zulos, bidones de amonal, y otros regalos estremecedores, piensen en un gobierno de concentración nacional, que este señor sigue moviendo los pies en el aire del abismo sin darse cuenta de que cae con una aceleración de






















