Esta mañana comparto la perplejidad de toda España y parte del extranjero esta batalla a tortas y guantazos, a dentelladas, en nombre, y el nombre de la libertad. Cada uno coge su letra de la palabrita, recorta su sílaba y le mete la ‘te’ o a la ‘ele’ al contrario, el orificio más dañino, hasta que sangre.
¡Qué espectáculo! En el zulo de los crinales, los de las pistolas se retuercen de risa. Han conseguido lo mismo que lograron los que segaron tantas vidas con sus bombas en el once de marzo, cuando comenzó toda esta ceremonia de la confusión, de la división, de un nuevo enfrentamiento civil. Pero ¿qué nos pasa?
Unos y otros han perdido la otunidad de la generosidad, que es hoy la virtud que más aprecia eso que se llama la ‘ciudadanía’, y que no es otra cosa que aquellos que lo único que quieren es que no se rían de nosotros, que no nos maten, y que paguen lo que han hecho. Tan sólo eso.
Malos tiempos estos en los que unos se niegan a incluir la libertad que reclaman desde siempre los que viven amenazados. Muy malos tiempos estos en los que los otros exigen más condiciones que la propia salvajada de la T4 para salir a la calle. Cada cual sabrá decidir quién puso más en este guirigay, pero todos han tenido la otunidad de darnos una alegría a todos y de dejar al contrario sin argumentos, y no lo han hecho.
Son tiempos de ira, pero de esa ira que provoca la ceguera. Y es que no vemos lo que tenemos delante, y seguos a galgos y podencos, mientras la bestia, alentada de nuevo con el pienso de la tregua, prepara su siguiente zarpazo.
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