Viene el día cargado, y no de nubes, que la nieve y la lluvia se han vuelto tacañas y el esquí no se practica en esta tierra ni en sueños. Hoy toca debate, y hay más pasión y necesidad de discutir que cuando cumplos ese rito, un tanto inútil y soífero del debate del estado de la nación, casi metido en el verano.
Estamos en crisis. Crisis significa que no hay respuestas a las grandes preguntas que todos nos hacemos. Crisis es desconocer el rumbo de la nación en horas de emergencia. He leído una entrevista con el presidente, uno más de los favores que dispensa a la prensa afecta, frente a la otra, a la que desprecia con esas exclusivas tan clamorosas. Allá él. Es otra de las lecciones de la comunicación que no ha aprendido. Decía cuando llegó que el poder no le iba a cambiar, y ya lo ven.
El repaso de sus respuestas no deja lugar a la esperanza. No hay autocrítica ninguna, ni rastro de algún error que haya podido cometer, ni pizca de reconociento de esas ausencias y paréntesis en Doñana, tan solo reproches al Partido Popular. Hay más alusiones al PP de Rajoy que a la banda de Tera y de Cheroqui.
Así que espero poco. Pero si no hubiera leído ese diálogo, si no hubiera visto lo que ocurrió en los días previos a la manifestación, si no hubiera escuchado al fascista del actor que pidió un cordón sanitario, si no hubiesen propuesto a Regás como lectora del manifiesto, si no hubieran llamado papelito al pacto y accidentes a los atentados, podría esperar la oferta de un gobierno de concentración nacional, un ejecutivo capaz de demostrar unidad. Es ahí donde hay que demostrar unidad, más que en la calle. La calle está más unida de lo que la clase política cree. La fuerza de la democracia se debe demostrar en el parlamento, en un pacto firme contrario a pagar precios la libertad. El presidente tiene la palabra, y esperamos que no nos defraude una vez más.
ARTÍCULOS ANTERIORES:
