Federico Luppi, (homo hominis lupi), es un actor que de día representa papeles y cuando sale del cuadro de la cámara se viste el correaje fascista y reclama cordones sanitarios para apartar a lo que eta llama la ‘derecha fascista del PP’. Luppi debe de tener su influencia en el gobierno que como decía Paul Auster, las palabras acaban creando la realidad que nombran, y no ha hecho falta insistir en lo del cordón para que el PSOE y sus socios apliquen el método de la segregación al parlamento e intenten convertir a un partido que representa a diez millones de electores, en una fuerza parlamentaria.
Un día se escribirá negro sobre blanco, capítulo a capítulo, la enorme contribución de Zapatero a un cla de división tan radical. Lo de esta semana ha sido otra vuelta de tuerca, y como en la novela de Henry James, el becario de la Moncloa aspira a dejar a Rajoy y a los suyos convertidos en sombras, como aquellos fantasmas que poblaban la casa donde la realidad se confundía con la ficción. Desde hace tiempo tenemos que pellizcarnos la mañana para creer lo que estamos viendo: la negación de la realidad, el optismo delirante frente al avance del cren, la disolución de los conceptos de nación y democracia, el abrazo entre el socialismo y los promotores de Estella, la rendición ante la banda terrorista, la conversión de los atentados en accidentes, y la recalificación de los terroristas en hombres de paz. Lo de lo ocupas de Barcelona y la revisión del concepto de propiedad es sólo un pequeño ladrillo más en este muro.
Hemos tolerado más o menos, con crítica e ironía, que nuestro gobierno se echara en manos del Islam más retrógrado, pero no podemos dejar, ni indiferencia ni cobardía, que comience a aplicar en España el apartheid.
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