Me estoy preparando. Espero que cuando lleguen haya pasado este catarro inclemente que me tiene en casa, vigilante, pegado a la puerta. EL viento sopla sus rendijas. Atento a toda interrupción, de momento el silbido solo para cuando los vecinos salen del ascensor para entrar en su propiedad. Ellos tienen suerte. Pueden salir, y al volver piensan si tendrán dentro la sorpresa de un ocupante.
El ocupante nunca llega solo. Tiene mujer, al menos un hijo y un perro que le ladra cuando se duerme en los laureles y solo tiene el ojo de un pu
ente para ofrecer a las familias. Los ocupantes estaban ahí, pero sólo ahora, en este tiempo propicio a los asaltos, se han manifestado como tales. Son como los tan traídos extraterrestres. Pero a diferencia de estos, los ocupantes existen.
Los preros síntomas de su presencia entre nosotros se dan en Cataluña. Prero colocaron a sus padres como alcaldes (Joan Clos) o como consejeros de la Generalidad. SE sospecha incluso que algunos de ellos han pertenecido a lo que llama ahora ‘colectivo’, y que son intrusos infiltrados en el sistema.
Mi vecino me recomienda que si llegan no me resista. ‘Peor sería caer en el asalto de una banda de albaneses’. Mi vecino tiene información. Él sale a la calle, y está al cabo de lo que se comenta en los bares, o al abrigo de las marquesinas. Si llegan, ya tengo pensado en lugar donde instalarme. Es pequeño y oscuro, pero les tengo la nevera cargada de alentos, y una tele grande con muchas historias en DVD. Espero que me dejen sacar el perro a pasear. Pero quién sabe, quizá a mi regreso habrán cambiado la cerradura.
Llamaré a Clos, ministro de Industria, para que me oriente.
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