Como en aquella pintada tan clasista sobre el tabaco (‘fumar es de pobres’) el ministro Sevilla nos ha regalado la ‘pintada’ verbal sobre los tajos: ‘Si haces muchas horas igual es que eres tonto’. Hago un esfuerzo comprender al ministro que se comprometió a explicar en dos tardes el derecho de devengo y la diferencia entre los ingresos y los gastos del Estado a un bisoño Zapatero que confundía las partidas como un becario de trilero. Somos un país con ritmo productivo escaso. Hemos llegado a rizar la paradoja de presumir en voz alta de que echamos más horas que un minero polaco, pero a la vez sacamos pecho para demostrar que en esas horas no pegamos un palo al agua.
Para ser justos, diremos que los funcionarios de la administración, y sobre todo los de alguna administración autonómica, fichan a las horas y se ajustan al convenio como si fueran un vestido de Paris Hilton sobre su escasa ca. Aquí cumplir cumplen todos. Ahora solo falta Sevilla, con ese apellido que suena a siesta y a tarea terminada a mediodía, para que cunda el pánico y se organicen carreras los pasillos para ver quien llega el prero a la puerta de la calle. Hombre, ministro, echar un rón de horas no es sólo de tontos, es también de gentes que no llegan a fin de mes, de peones que trabajan a destajo, de obreros de la M30 que tienen que cumplir los plazos de las obras que ha marcado Gallardón, de contratados en precario que tienen que demostrar más fe que Teresa de Calcuta, y de muchos otros.
La productividad no es sólo cosa de tiempo. Uno tiene que echar horas cuando un empresario no invierte en tecnología, o cuando la administración remueve el café matutino mientras engorda la fila de los clientes. Por lo demás, uno que trabaja un pico y el extremo del otro le dirá que tonta lo será su señora madre, ministro. Dicho con todos los respetos.
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