A Iñaki, esta vez Anasagasti, se le ponen los pelos de punta al ver el cuerpo de de Juana. Le inquieta la caja torácica, las rótulas bien marcadas, y es seguro que también ese gesto de desprecio con el que el etarra mira desde la cama del hospital, como si estuviera a punto de escupir la sonda a sus fotógrafos, o como si volviera a estar, de nuevo, a punto de pistola.
Pide Iñaki, Anasagasti, que los jueces le dejen en libertad, y sus palabras preparan el terreno de la tormenta que vendrá cuando este sujeto muera, si es que muere, de inanición, provocada sí mismo, es decir su propia voluntad. Un cren político, viene a decir el senador nacionalista.
Es lo que tiene ceder en asuntos de derecho, que al final eres culpable no ceder lo suficiente. Se comienza pasar de detener a los de Segi, se sigue malear a los fiscales hasta que parezcan hermanitas de la caridad y al final te encuentras con que todo lo que hagas será consecuencia de que no has ido lo suficientemente lejos. Metidos en gastos, viene a decir el PNV, y lo corean muchos socialistas, que le dejen en libertad, ¡qué más da, si así conseguos no tener más problemas!
Nos hemos instalado en la sociedad adolescente: ceder en lo sustancial, para tener la fiesta en paz; convertir España en una subasta permanente, en una almoneda en la que todo se regala, con tal de todos estén contentos. Es la práctica de la rendición preventiva.
Así las cosas, no extraña que la exhibición de la bandera nacional y los acordes del hno, versión abreviada, hayan sentado como un tiro en las piernas en la sede de Ferraz. Hace mal el PP en disular y decir que ellos no sabían. Hay que sacar más banderas, y poner más veces el hno, para situarles ante sus propias contradicciones.
Y de Juana, si no come, que no coma. Yo le pondría todos los días unas lentejas en el morro. Con su chorizo, y sus verduras, y a días con un poco de hígado. Y si se empeña en no comer, que se las calienten la tarde, como hacía mi madre. De merienda están de pecado.
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