Hay agua en Marte. Bueno, tan solo son indicios. Pero ya saben, nuestro entusiasmo nos ana a pensar como si nuestra mente trabajara con titulares de prensa. Pensamos a pulsos de una euforia tantas veces desmentida. Los curas creen que podrán bautizar marcianos con el agua bendita del planeta. Los barman, o quizá debiéramos decir barmen, están excitados con la posibilidad de hacer un dry martín exótico, con aceituna de tación y ginebra sideral. El hielo será local, y la coctelera un reciclado del aluminio que se empleó en el Apolo X. Las agencias de viajes han tomado posiciones.
La Nasa quiere enviar un prer viaje de químicos. Exigen que no sean españoles, y menos peritos en explosivos, que temen que el agua se convierta en champán, y que encuentren entre los posos de las fuentes algún material silar al dinitrotolueno. Les aterra la posibilidad de que los químicos nacionales vomiten conejitos las mañanas.
¡Qué país somos! Celebramos la hora de la justicia que el guirigay ha pasado de barrio, ha salido de la gresca mediocre en la que nos han situado la política para pasar a la sobria redacción de un sumario, a un teatro en el que ‘el egipcio’ podrá ejercer su capacidad de sular y de poner buena cara como si no hubiera roto nunca un plato. Condena, se sube la chilaba, pone rostro de cordero, cuello de sacrificio, inclina la cerviz y niega sus culpas.
Somos incapaces de elevar la mína verdad ante la inmensa capacidad del terrorismo de mostrar a la vez la cara del horror y la de la inocencia. Es el juego perverso de la vícta al que juegan Eta, Al Qaeda. En esto es verdad, los terrorismos y los terroristas son todos iguales, y el egipcio, ese ufano crinal incapaz de callar ante los suyos para guardar el secreto de su rastro de sangre, nos muestra ahora el envés, su cara inocente, de no haber roto un plato.
Y frente a eso nosotros, como idiotas, pensando en el hielo de Marte, en la posibilidad de hacer cubitos.
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