En el horizonte se adivina el 8 de marzo. Se barrunta el folklore del Día de la Mujer. Un día fue ‘trabajadora’ y hoy es splemente el día de la mujer. Vienen fastos y homenajes, jornadas gastronómicas donde los hombres exhibirán su torpeza para la risa satisfecha de ellas, demostraciones populares de que a la igualdad le faltan unos tramos, sobre todo en sueldos, reparto de tareas. Y en dignidad, podríamos añadir.
¿Ha dicho usted dignidad? Sí. La prensa va a llenar páginas con estadísticas, artículos de fondo, reflexiones, y alguna noticia de esas que se han fabricado los días previos para ser emitidas, publicadas o difundidas la misma jornada del ocho, o su víspera. Pero a la vuelta de la página 36 volveremos a encontrar esos anuncios en tira donde se exhibe la ca adornada con el ribete negro de una lencería menguante. Es la sección de carnicería. Se compra y se vende, en hotel o en domicilio.
Las cuentas de los periódicos dicen que cada rotativo puede ingresar hasta doce mil euros de vellón cada día. Es una pasta. Multiplicado treinta días que tienen los meses cortos sale un dinero. Otros, como La Gaceta y 20 Minutos, aquel siempre y este ahora, han renunciado a ese salario de la ca. Me resulta complicado creer al mismo tiempo el discurso correcto de la igualdad y los derechos, y el blablabla, y exhibir en el escaparate esa abundancia de seres humanos en su condición de ganado vacuno en una subasta. Las leyes prohiben anunciar tabaco y alcohol, pero toleran (son adultos, dirán) ese escaparate indecente de grupas y airbags. Por la pasta. Sólo la pasta.
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