Después de pasar dos años a remolque de otros que convocaban las marchas (las víctas, los obispos, los obispos y las víctas) Rajoy tuvo el sábado su propia manifestación, su propia demostración de fuerza. Fue una marcha magnífica, generosa, una de esas que hacen época, y que establecen un antes y un después, pues toda la energía política que va a cruzar los próxos meses viene de la legitidad de esa concentración del sábado entre Alcalá y Colón.
La pregunta es ahora ¿qué hará el PP con todo este capital? Lo he escrito y lo reitero: había un alto riesgo en asumir la lectura del comunicado final. Con todas las cautelas y toda su prudencia, Rajoy se presentó como alternativa, dando sentado ante la multitud que la cesión del gobierno ante Eta no tiene vuelta atrás, y que el camino emprendido hace más de un año le va a llevar a la ruina. Rajoy dejó satisfecho que le gritaran el “Rajoy presidente”, y llamó a los españoles a decidir. Fue un acto de partido, aunque se había cuidado la escena para que no lo pareciera.
Después de lo del sábado no le queda a Rajoy más remedio que reclamar elecciones anticipadas y asumir un discurso que se aleja de lo que hasta ahora han sido las connivencias y los abrazos entre los dirigentes regionales del partido y los más conspicuos nacionalismos. La fuerza que surge de la manifestación de Colón dice que hay una sociedad civil viva, fuerte, capaz de salir a la calle eso que el diario de Prisa calificaba este domingo como “un asunto menor”, en el fondo la nación, la libertad y la dignidad.
Medida la fuerza y el músculo social, ahora se trata de que nos diga qué es lo que va a hacer con todo esto, ahora que hemos visto que la soledad del PP ha terminado.
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