En la Tierra a martes, diciembre 16, 2025

‘Residencias para la espera’ de Ramón Bayés publicado en ‘El País’

Por su interés, reproduciremos la sinopsis de los trabajos finalistas del Premio Reflexiones que la Fundación AstraZéneca y El País han seleccionado para optar al mejor artículo de opinión en el ámbito sanitario.

Residencias para la espera
Ramón Bayés
El País

En España, cada mes, 36.000 personas cumplen 65 años. Y muchas superarán los ochenta. En nuestras sociedades envejecidas cada día habrá más personas que, en la últa etapa de la vida, se sentirán solas entre las blancas paredes de una residencia sin que nadie vaya a visitarlas. Es posible que la residencia se encuentre geográficamente lejos o que sea difícilmente asequible; a lo peor sus familiares viven ya en otra ciudad y todos sus amigos los pocos que quedan estén inválidos o hayan muerto; quizá, sin darse cuenta, los escasos seres humanos que lo conocieron ya no cuenten al residente entre el mundo de los vivos.

Laín Entralgo, en su ensayo La espera y la esperanza escribe: "Más de una vez he recordado la aguda reflexión de André Gide ante el rótulo Sala de espera de una modesta estación ferroviaria del Marruecos español: Quelle belle langue, celle que confond l’attente et l’espoir! (¡Qué lengua tan hermosa, ésta que confunde la espera y la esperanza!). El lindo elogio de Gide no es del todo certero que el español suele distinguir muy bien entre espera y esperanza; pero es cierto que poética y realmente, toda Sala de espera, Salle d’Attente, es siempre de algún modo Sala de esperanza, Salle d’Espoir. Si no fuese así, nadie entraría en ella".

Pero, ¿es esto realmente cierto? Hace unos días, un amigo con experiencia en la organización de residencias de alto standing para personas dependientes, me confesaba que a él no le gustaría terminar su vida en ninguna de estas residencias privilegiadas: lpias, confortables, con buena alentación y cuidados sanitarios adecuados. Y al plantearme lo paradójico de su afirmación he llegado a la conclusión de que ingresar en una residencia, sea de alto o bajo standing, sea pública o privada, en el fondo equivale ya que este año se cumple el centenario del naciento de Samuel Beckett a esperar a Godot. Decía Jacques Brel, en la misma línea que antes he señalado: "Hay dos tipos de tiempo: el tiempo de la espera y el tiempo de la esperanza". Para la mayoría de los que entran en una residencia, todos los minutos, horas, días, meses, años, que les quedan de vida son ya sólo tiempo de espera. ¿Dónde ha quedado para ellos el tiempo de esperanza?

En la actualidad, probablemente para bastantes personas, ingresar en una residencia equivalga a cruzar el umbral de la sala de espera de una gran estación de ferrocarril surrealista, sin horarios ni recorridos, en la que la espera puede durar años y, en la que ningún tren ya que se trata de una extraña estación sin trenes las va a llevar nunca a parte alguna. Al entrar, voluntad propia o presionadas los familiares o las circunstancias, estas personas saben, explícita o plícitamente, que al hacerlo renuncian definitivamente a toda esperanza de cambio en sus vidas. Y esto, suelen resistirse a entrar.

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