Ahora que la legislatura llega a su ocaso, el gobierno comprueba que ha estado apoyando una gran alianza de antisistema. Chávez, sentado sobre un enorme barril de petróleo, a más de 90 dólares la pieza, compra y financia presidentes en América. La nómina de sus asalariados es inagotable: Cuba y Castro, Nicaragua y Ortega, Correa y Ecuador, y ahora la nueva Guatemala. Este extador de petróleo y de revoluciones está plicado en el tráfico de material nuclear para el Irán de Ahmadineyad, donde los ayatolás construyen minaretes nucleares para lanzarlos contra Israel.
Esto, que se sabe en las cancillerías de todo el mundo, ha sido ignorado, de forma voluntaria, nuestro hombre en la Moncloa. Con esa estrategia, con esas amistades, sólo podemos aspirar a ser irrelevantes en el mundo. El siguiente escalón es pasar a ser tóxicos, antisistema, dictaduras bananeras con el barniz y el disfraz de repúblicas populares, dictaduras como la de Venezuela, con todas las letras, que aspiran a prohibir la iniciativa privada, las libertades públicas o el derecho de las venezonalas a llevar un tanga y un buen escote.
Parece que Zapatero se ha parado en ese umbral, ante el abismo en el que una vez caídos, somos una nación tóxica. Como los niños, se ha asustado ante el fuego, y ha dado marcha atrás, intentando que no se note mucho. Otros han seguido la carrera, como sus amigos de ‘Público’ que han seguido corriendo a favor de Chávez mientras su jefe mandaba parar.