Hace unos meses, pocos, el gobierno ha aprobado una batería de acciones para luchar contra el cambio clático. De energía nuclear, ni "mú". Nuestro presidente de Gobierno ha optado, muy en su línea, un brindis al sol contra la opinión de casi todos los que entienden de esto, incluso de autorizadas voces de su propio partido.
Hace escasos días, los medios de comunicación se hacían eco de que la gran industria ultaba una central de compras de energía para frenar la subida de precios, no en vano España "goza" de una de las energías más caras de su entorno, mientras que debe competir en precios con un batallón de países que producen más barato que nosotros. Así le va a nuestra balanza comercial.
La realidad es incontestable y de ello se queja, con razón, la gran industria consumidora de energía. Nuestro país continua tendiendo el cuadro tarifario más alto de nuestro entorno con serios efectos sobre la competitividad; un grado de incumpliento relevante con los objetivos pésamente negociados de Kyoto; un sector de bienes de equipo que está haciendo las "américas" montando centrales nucleares y extando tecnología medio mundo mientras aquí se les niega el pan y la sal, y una población que se muestra contraria a la energía nuclear en más de un 75 ciento. Que no cunda el pánico. Como antídoto a todo eso, tenemos el ladrillo y nuestro solar patrio fundamentalmente el costero parece cada vez más una infecta masa de cemento al estilo de las grandes barriadas de la posguerra.
Sin buscar el catastrofismo como línea argumental, es un hecho cierto que el problema energético que tiene este país es uno de los más delicados y preocupantes con los que se puede enfrentar un gobierno, aunque el presidente de gobierno parece no querer entenderlo así, aferrándose a un principio más propio del rojerio y la progresía de los 60 que de la España del siglo XXI.
En el mercado de la energía, en los próxos años, se va a dirir la solución de un problema escabroso y complejo y de cuya solución va a depender el nivel de vida de este país en el siglo XXI. Para muchos, el futuro de Garoña representa el punto de inflexión.
Todo indica que, aunque se prevén soluciones energéticas lpias, eficientes y renovables en un plazo aproxado que ronda el medio siglo, en las próxas décadas no hay muchas alternativas. Tenemos, como prera y mejor, la energía nuclear (opinión personal) y como país hay que abordar el final de la moratoria de forma seria y responsable. Y esto significa empezar a tomar decisiones este mismo año, aunque con elecciones generales a la vuelta de la esquina no hay guapo que se ponga al frente de la manifestación. El Gobierno con su paquete aprobado recientemente en Consejo de Ministros, parece haber movido ficha y creo firmemente que se ha equivocado. Veremos las consecuencias. ¡Tiempo al tiempo!
La situación española es más que preocupante; mucho más de lo que el común de los mortales piensa. El desarrollo del carbón, pese a sus posibilidades y su pésa calidad, resulta posible con los límites que marca Kyoto y su escaso desarrollo tecnológico en materia anticontaminante; las cuencas hidráulicas españolas están prácticamente utilizadas al 100 cien de su capacidad; las energías renovables son muy caras y si queremos hacer de ellas el origen más tante de nuestro suministro, tendremos que rediseñar la asignación de recursos que hace el Estado en algunos programas sociales. El gas y el petróleo tienen unas previsiones de precio muy alto y estratégicamente no del todo seguras. No queda más que la energía nuclear y si el país no quiere enfrentarse a problemas serios en las próxas décadas, no caben muchas más dilaciones.
Lo que está enca de la mesa es una apuesta el futuro y el que no juegue, puede quedar fuera de la partida que nos pondrá a todos en su sitio. La cumbre de Paris ha sido placable con el futuro que le espera al planeta y aunque algunos defienden el hecho de que "todavía no es tarde", la realidad no deja margen para voluntarismos y así lo han dejado escrito los científicos del Panel Intergubernamental del Cambio Clático.
Frente a esa innegable realidad, en enero de 2004, el Gobierno Zapatero anunció su compromiso para sustituir "gradualmente y en un periodo máxo de 20 años" la energía nuclear otras opciones más lpias, más seguras y menos costosas, como la solar y la biomasa. Con todo el respeto el señor Rodríguez Zapatero, un brindis al sol que ha merecido las criticas, entre otros, de su antecesor en el PSOE, Joaquín Almunia.
El mundo y sobre todo el mundo que juega a futuro, se está posicionando.
El Reino Unido tendrá muy presente la energía nuclear en los próxos años, según ha anunciado su gobierno en reiteradas ocasiones. Francia, donde el 78% de la electricidad procede de plantas nucleares, proyecta nuevas construcciones que le permitirán extar energía a otros países. En Asia, la opción nuclear es la elegida muchos de sus naciones. Sólo China planifica la construcción de 50 plantas nucleares en las dos próxas décadas e India, que actualmente tiene 15 centrales funcionando, tiene otras ocho en construcción.
Por su parte, la Comisión Europea, recientemente, hizo un guiño a la energía nuclear que pese a los problemas de los residuos y el desmantelamiento de las centrales, tiene a su favor un precio ventajoso, las reducidas emisiones de gases contaminantes, la menor volatilidad de sus precios y el litado riesgo de agotamiento de los recursos.
El debate, quiera o no nuestro presidente de Gobierno, se tendrá que producir entre la opinión pública española, más pronto que tarde y de lo que se trata es de que se celebre, dejando a un lado condiciones testiculares y el maniqueísmo al que España es tan aficionada.
Este país está suficientemente enfrentado y dividido en tantas cosas que no es bueno que nadie atice el debate con apósitos poco rigurosos y ello el presidente de gobierno hace mal en transmitir a la ciudadanía una posición apriorística basada en la nada, que con ello no ayuda a que el debate entre la ciudadanía se pueda celebrar con quietud.
¿Debate? ¡Una quera! Los medios de comunicación, los "líderes de opinión", los intelectuales y demás integrantes de la sociedad del conociento, están a sus cosas, olvidando que esto también es la España real.
Carlos Díaz Güell es consejero de Serfusión