Cuando me adentré en el mundo de la Comunicación Sanitaria me pillaba con un cierto miedo, que para una vez que fui al médico me llamó de todo menos guapo. Y las llamadas, que a mis años son las justas, se acompañaron de sesudos e incomprensibles análisis, pero de conclusiones claras y contundentes.
Mi hermano Ramón, que es diabetólogo, escéptico y doctor en medicina, me colocó delante de una enfermera sin edad definida (como un ángel), y me prescribieron el uso de insulinas, inyectables y pastillas para toda la vida. La verdad es que esta maldita y maravillosa vida que llevo, no me deja hacer todo lo que me prescribieron, y ahora, mi amigo Fernando anda detrás de mí para que en febrero me vuelva a meter en la máquina de la verdad.
Y escribo estas líneas que me ha llamado poderosamente la atención el artículo de José Antonio Campoy, que deja a la ‘mala interpretación' una apuesta a quién la quiera atender. Y dice que aquél que le presente un fármaco que cure y no sea un antibiótico, le ‘regala su alma'. Y a mi respetado compañero me gustaría añadirle algo que tiene suma tancia: ¿qué pasaría si no hubiese vacunas, insulina, inmuno depresores, fármacos…? Y si no existiesen los médicos. Seguiríamos yendo a consultar al brujo de la tribu.
Los médicos se suicidan, y las azafatas de congresos y las mozas de mi pueblo, pero esto no tiene nada que ver con su profesión ni el desempeño de ésta.
Hace muchos años, mi abuelo miccionaba sobre unas tiras reactivas, dependiendo el color, así era el chute. Hoy, un enfermo conocedor y consciente de su enfermedad se muere de viejo. Antes todos nos moríamos de un cólico, o de viejo, o de un aire. Ahora, nos moros de enfermedades o causas estudiadas y conocidas, y eso, respetado amigo, se lo debemos a la Industria, a los profesionales de la salud, y como no a los médicos.
Publicando tus respuestas con cariño y respeto, me permito hacer esta pequeña opinión, que a buen seguro hará que el debate sea más intenso.
Saludos.