Iban desarmados. Como casi todos los doscientos compañeros guardias civiles que realizan tareas de infiltración o información en la banda terrorista ETA, en el sur de Francia. Entraron a la cafetería Ecureuilles, en Las Landas. Se percataron de dos individuos, que levantaron sus sospechas, e intentaron salir de aquella ratonera etarra, aún sin haber pedido nada para tomar. El instinto etarra, y su típica paranoia, olfateó también a los guardias camuflados, y salieron detrás de ellos. No había escapatoria. Era matar o morir.Máxe cuando entre los etarras había miembros de la cúpula, supuestamente Txeroki, que no podían arriesgarse a ser detenidos. Los únicos que llevaban armas, los etarras, dispararon, y allí mismo achicharraron al agente Raúl Centeno. El espía, entrenado para ver sin ser visto, fue visto y liquidado a golpe de cargadores. El otro muchacho, Trapero, consiguió salir huyendo, pero no pudo evitar que una bala le alcanzara. Los protocolos europeos no permiten a los agentes extranjeros tar armas en estas operaciones. Tal disparate, como acaba de demostrarse en este trágico atentado, debería ser revisado inmediatamente. Las tareas de información son las más peligrosas dentro de la guerra antiterrorista.
Las reacciones a este nuevo atentado no se han hecho esperar en el particular frente político que el terrorismo ha abierto en nuestro país. Gracias a que esta semana se celebra el
Día de la Constitución, y a la cercanía de las elecciones generales, en marzo del año 2008, a nuestra clase política parece haberle caído algo de inspiración y, al fin, ambas trincheras ven que la crispación aleja los votos de las urnas.
En las concentraciones unitarias frente a todos los ayuntamientos madrileños, una vez tras casi cuatro tensos años, se pudo ver a dirigentes populares junto a dirigentes socialistas guardando un minuto de silencio los guardias asesinados (Trapero, 23 años, sigue sin actividad cerebral en un hospital de Bayona). Los que no supieron estar a la altura de las circunstancias fueron algunos exaltados que increparon al Gobierno, a Rajoy y Gallardón y no desaprovecharon la otunidad para llevar su intolerancia al límite de pretender, literalmente,linchar al concejal de la oposición socialista en el Ayuntamiento de Madrid, Pedro Zerolo, a quien le gritaron "Maricón al paredón".El propio vicealcalde, mano derecha de Gallardón, tuvo que acompañarle y sacarle prácticamente de allí, entre carreras, empujones e insultos. Consignas contra Rajoy y los dirigentes más moderados del PP del tenor de "Rajoy si apoyas a Zeta, apoyas a ETA" hacían sonrojar tanto a dirigentes de uno como de otro partido.