En los años sesenta, un entusiasta Guevara convenció a Castro, ya entregado al comunismo narcisista que ha sido su proa y su destino, de que Cuba estaba en disposición ópta para copar el mercado del ron, de los puros, y del café. Guevara aginaba que ‘el completo' de los bares, a la hora de la partida de mus, iba a ser un monopolio cubano, un momento revolucionario, una apoteosis de los logros del socialismo. Después de comer, el placer. Las botellas de ron, los habanos de Vuelta Abajo, y los cafés del centro de la isla iban a llevar el mensaje revolucionario a los cinco continentes. Castro le dio permiso, y años después certificó el desastre y envió al joven asmático a levantar hogueras contra el ‘perialismo' en países que no tenían ni para comer, como para reclamar café, copa y puro.
El recuerdo de Guevara, mal padre, mal político, mal ministro de economía de Cuba, y un psicópata cuyo ejemplo es uno de los desastres más clamorosos de la cultura del fin del siglo XX, me viene estos días en que nuestro gobierno está lanzado a la ocurrencia. Me contaba Zoe Valdés que en el recreo de sus campamentos de Pioneros, cuando les hacían formar y gritar ‘¡Queremos ser como el Che'! , ella decía en voz baja: ‘asmáticos'. Hoy nuestro gobierno nos invita a comer conejo y a no dejar propina. Los camareros deben de estar contentos, y los ‘propineros' más, no en vano les han llamado estúpidos incapaces de valorar el euro. NO deje usted propina y coma conejo y ya verá cómo bajan los precios.
Este gobierno no ha hecho nada durante los últos cuatro años, ni una sola medida para afrontar la escalada de precios. Ahora nos viene a decir que la culpa es nuestra y el remedio también. Es como cuando en tiempos de Solchaga se decía que la inflación era culpa de los consumidores, que con nuestra actitud calentábamos la economía. Tanto la hemos calentado que hemos llegado al sector erótico de la economía: los conejos, remedio para los males de un ejecutivo indolente.
