¡Silencio! ¿Silencio? Los adolescentes no guardan silencio, sobre todo cuando están en grupos de más de tres personas. Imagínense un salón de actos con decenas de adolescentes encantados que, un rato, han podido saltarse las clases para asistir a ‘una obra de teatro'. Gritos, risas, cánticos, aplausos. Imagínense el mismo salón de actos una hora después, tras la ‘obra de teatro': silencio, roto ocasionalmente los suspiros del que llora emocionado. Los estudiantes salen serios tras la obra, cabizbajos, pensativos. ¿Qué ha pasado? Siempre se dice que es complicado conseguir la atención de los jóvenes. También se dice que éstos son el grupo de edad más permeable a la concienciación social. Es decir, si conseguos mantener su interés un rato, los resultados pueden ser magníficos. Esto es lo que pensaron Aesleme, Irsa y Stop Accidentes cuando pusieron en marcha los Road Shows, espectáculos audiovisuales que buscan demostrar, con situaciones y personajes reales, las consecuencias de un accidente de tráfico.
Se apagan las luces. Comienza la música disco y los chavales se vuelven locos. Sale al escenario el DJ, que se encarga de anarles y ‘hacerles entrar en ambiente' como dicen los responsables de la iniciativa. Acto seguido, la música acompaña a un vídeo con ágenes de jóvenes al volante que aceleran y acaban teniendo un accidente. Y sale al escenario un agente de la Policía, que explica cómo se siente cada vez que tiene que visitar la casa de una familia de madrugada para explicar que uno de los hijos ha fallecido en accidente de tráfico.
Los ános comienzan a rebajarse y los chicos ven un montaje con titulares de periódicos que hablan sobre accidentes de tráfico y a Matías Prats dando estadísticas de siniestralidad en la juventud. Sale a escena el bombero, que nos cuenta su prera salida a un ‘tráfico' (el chico venía de hacer dete con los amigos) y contagia a los presentes la potencia de no poder sacar del vehículo el cadáver de un niño, mientras su padre, también atrapado, no para de preguntar su hijo y en el asiento de atrás suena un móvil.
Los chavales cada vez están más serios, más callados, más quietos. Sólo alguno se revuelve incómodo en el asiento cuando comienza el testonio del médico del Samur, que el año pasado tuvo que atender un accidente de tráfico el día de Navidad a las 9 de la mañana y en el que no pudieron salvar más que a uno de los ocupantes del coche, que volvían a casa tras una noche de fiesta. Antes de irse, un consejo nuevo se une a los típicos (como no mover, pero sí tapar al accidentado): ‘nunca dejéis sola a la vícta de un accidente de tráfico, quedaos con ella hasta que lleguen los servicios sanitarios'. Comienzan a oírse los suspiros del que llora.
Varios vídeos más y el testonio de una rehabilitadora, que explica a los chavales cómo es la relación día a día con una persona que sabe que no va a volver a caminar, cómo reza los pasillos cuando hay un nuevo paciente para que la lesión no haya sido muy alta (cuanto más cercana al cuello, más grave), para que el joven pueda, al menos, mover las manos. El silencio en el auditorio casi se corta cuando llega el prer gran golpe de efecto.
Jeanne Picard, vicepresidenta de Stop Accidentes, nos cuenta desde una gran pantalla cómo perdió a uno de sus hijos en accidente de tráfico y pide favor a los jóvenes que vivan para cumplir sus sueños, que no se maten en la carretera, que no dejen de vivir algo tan tonto como no ponerse un casco. Para cuando termina de hablar y comienza el siguiente vídeo todos tenemos ya lágras en los ojos.
Segundo golpe de efecto: una tras otra, y acompañadas un adagio, desfilan la pantalla fotos familiares de jóvenes en sus casas, de vacaciones, con sus amigos… Debajo, una leyenda que informa sobre la edad que tenían cuando murieron y algún rasgo de su carácter. Ninguno supera los 25 años, aunque las tres últas son especialmente duras: tres niños, el más pequeño de los cuales tenía sólo cuatro años.
Al final, cuando la sensibilidad de toda la sala, jóvenes y adultos igual, está a flor de piel, sale al escenario una vícta de tetraplejia, llorando lo que las palabras de Picard le han hecho revivir. Y nos cuenta: íbamos en el coche, llevaba puesto el cinturón, pero no sabía que los reposacabezas servían para algo, tuvos que hacer una maniobra para esquivar a otro coche y nos estrellamos contra el quitamiedos…
Y continúa: yo antes era enfermera, mi dedicación era cuidar a la gente, mientras que ahora es dejar que me cuiden, me gustaba bailar, no sabéis lo que es echar de menos cosas tontas como ponerme tacones o una falda, o splemente abrocharme el botón del pantalón vaquero. A estas alturas ninguno de los chicos se acuerda ya de hacer comentarios al compañero, todos se han olvidado hasta de sí mismos para meterse de lleno en el testonio de quien lo perdió casi todo y ha empezando su discurso afirmando que tiene suerte, pues sigue viva.
La obra termina aquí. Todos los participantes salen al escenario para recibir los aplausos del público. Tras éstos, los chicos abandonan la sala despacio, callados y pensativos. Algún comentario como ‘yo ya no me saco el carné' o ‘no me vuelvo a montar contigo en el coche' es lo único que aciertan a decir. A juzgar lo vivido, un espectáculo que merece la pena ver.
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