Ni el corazón, ni los pulmones, ni tampoco el hígado (como se creía en Babilonia) tienen la culpa de que nos enamoremos. Las emociones que experentamos cuando despertamos ese sentiento son consecuencia de un proceso químico, probado científicamente, y que poco tiene que ver con el alma intangible. Algo que mueve mundos y fronteras debe tener una explicación racional. No es el alma, sino el cerebro, lo que nos convierte en blancos fáciles para Cupido.
Y fuera de lo que podíamos creer cuando pensábamos que 'estar enamorado te hace más débil', 'el amor nos hace fuertes' y los estudios demuestran que cuando una persona está enamorada y ve la agen de 'su Valentín', se observa mayor actividad en el caudado derecho y el área ventral, las relacionadas con la dopamina. Sí, dopamina, que no feromonas.
Las feromonas son sustancias químicas que, tras un proceso científico (que no vamos a explicar), despiertan la atracción sexual en los individuos. Pero esto no es amor. El amor lo provoca la dopamina, una hormona relacionada con el desarrollo de adicciones, es el químico de la felicidad sentental. 'En estudios neurocientíficos hemos observado cómo en las personas enamoradas hay zonas del cerebro que llamamos de 'recompensa' que se activan y otras relacionadas con el miedo presentan menos actividad', señala el doctor Jesús Porta, responsable de comunicación de la Sociedad Española de Neurología.
Ante una mayor presencia de dopamina se podría producir un aumento de la energía, de la motivación y del sentiento de regocijo. Así que para hoy, al menos un día, un chute de esta hormona y un poco de feromonas para un feliz San Valentín y un buen Día Europeo de la Salud Sexual.
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