Vuelve Felipe, y El País lo esconde esta mañana en su edición, que saben que el viejo gato indolente que deja unos días de diseñar joyas para repartir estopa y cumplir con el precepto cuaresmal de cargar el ambiente, les perjudica. No es bueno que salga. Si sale es para faltar, como un macarra de discoteca, como un viejo jefe que tutela al nuevo y se rasca la entrepierna mientras llama bécil al adversario, a ver si pica.
La campaña ha entrado en fase terminal. Al viejo Felipe, aquel que dijo lo de que Aznar y Anguita son la misma mierda, le hace falta un ansiolítico doble. Van a fomentar el discurso del miedo. Es la única carta que les queda para movilizar a los suyos, perezosos y descontentos de estos cuatro años en los que les han dado caramelos sociales sin resolver los graves problemas de sus electores: la inmigración, los servicios sociales, los precios, los salarios, y tantas otras cosas.
Los partidos, los dos, siguen en el desconcierto, en la incertidumbre. Puede pasar cualquier cosa, y nadie se atreve a pronosticar ni en voz baja. Ganará quien el lunes sea capaz de ofrecer consensos, el que pueble su discurso de ofertas creíbles, eficaces, y de garantías de que pactará con los otros los grandes asuntos del Estado. Y si de las urnas del día 9 no sale un mandato claro, entonces ¡pobre España!










