En su prera legislatura, Zapatero ensayó la pirueta del valor del estar, más que del hacer. Estuvieron ministras intrascendentes. También tuvos ministros irrelevantes, pero creo que fueron más las que brillaron sus ausencias o a veces sus presencias discutidas.
Ha optado esta vez la continuidad y las compensaciones. Sebastián forma parte de las últas. Fue lanzado como gran promesa para Madrid y respondió al apodo que le atribuyeron durante la campaña, y se dio de bruces con un resultado que provocó lágras en el frío Sancas, y una espantada del postulante, que volvió a aparecer en la prensa, con resultado, debo decir, notable.
Ahora se nos vende como gran contribución a la sociología de España la llegada de una ministra de defensa, a fuer de mujer, embarazada de varios meses. La gran atación no la hará ella, nos dicen, sino los militares, que se tendrán que cuadrar ante la vida en cies, que tendrán que desfilar ante la señora presentando armas, en el sentido bélico del término. Bueno. Hay tantos personajes ante los que las fuerzas armadas no han rendido honores que la lista puede ser interminable.
Ya se toman los ministerios como parte de la pedagogía socialista, como ejercicio de educación para la ciudadanía, más que como puestos donde se debe premiar la excelencia, las virtudes de la gestión y los méritos de quienes aspiran a ellos. No es que pidamos especialistas, que no es eso, pero sería bueno la idoneidad para el cargo no se puede medir lo insólito de la figura que lo ocupa, que entonces Zapatero puede convertir el ejecutivo en un circo. Y no creo que sea el caso.
ALFREDO URDACI, PERIODISTA
