Las postales praverales de la toma de posesión de los ministros nos ha distraído un poco. Han escondido los fracasos en el bosque de esas poses de generala de Carmen Chacón, que pasa revista y no llega al tono cuando se trata de gritar un ‘¡Viva a España!' rotundo, que no le salió ni siquiera femenino, sino de media intensidad, como medio cocido. Uno de los grandes asuntos en los que ha tropezado el gobierno ha sido la comunicación. Es el gran talón de Aquiles de nuestro presidente, aunque al otro lado, en el PP, no tenga nadie con la certeza suficiente como para acertarle con lanza o flecha en el tendón inferior de la pierna.
En la nueva edición de su viejo gobierno, que no es más que un bis de algo conocido y saboreado. Es más, los nuevos ministros, como Corbacho, que tiene nombre de humorista, han adoptado con presteza y hasta con brillo, la costumbre zapateril de llamar a las cosas lo que no son; la manía de vaciar las palabras; el vicio de crear nombres para intentar crear realidades, o para camuflarlas. Ahora un trasvase es una ‘cesión temal de recursos hídricos que sobran en una parte y se venden a otra'. No se niega la realidad: se la vuelve a nombrar para que encaje en el discurso político sin tener que apretarla demasiado. La producción de eufemismo está alcanzando un creciento tan exponencial que conviene la creación de un ministerio, una ventanilla que atienda a las peticiones de los otros ministerios, que suministre producto eufemístico a quienes lo demanden, que cundirá el ejemplo, y las universidades, los periódicos, y hasta las gentes comunes terminarán pedir palabras nuevas para que la política, la vida común, la violencia y los atropellos fluyan aceitosos.
ALFREDO URDACI, PERIODISTA