O punto ‘com', ya no lo recuerdo. Porque mi memoria se quedó con el deletreo de las siglas, algo tan familiar como ese llavero del ‘atlético' que otros llevan para acordarse de entrar en la casa, en la suya, y no en la del vecino. Salía de Móstoles, de participar en una entrevista con Aguirre, cuando un espontáneo me paró en el umbral del teatro, antes de salir a la lluvia. No es que me dijera que fuera estaban cayendo chuzos de punta, que siempre caen, sino que había oído en la radio la cuña de Comisiones. ‘Oiga, le itan, estos del sindicato'. Fuese, y era cierto, que al minuto puse la onda y unos veinte después retornó la cuña, como si yo mismo la hubiera redactado. ‘Visita nuestra página: Ceceoó, punto com, o punto es, o lo que sea.
Mi prer pronto fue acudir a la sede de la SGAE, ese edificio tipo ‘Sleepy Hollow' donde habita el señor del Canon. Lo suyo hubiera sido entrar desnudo, que allí te pueden quitar hasta el alma. Ir en pelota te da legitidad, pensé. Pero no, me dije más tarde, que quien nada tiene nada puede reclamar. El arte en España no nace de la pobreza (como el ‘eros' de Platón) sino de la comodidad. Camino de MadridMadrid, cambié de opinión. El caso es que desde ese día algo me roe en el interior. Estos de Comisiones me han copiado: han usurpado mi deletreo, seña de identidad, y lo utilizan para difundir la radio su página ‘web', con sus cursos y cursillos, esos de la formación continua que es una de las vías de financiación sindical que algún día alguien tendrá que investigar. El Ceceoó aquel el que tanto se rascaron en público, ahora es su santo y seña.
Sólo reclamo lo que es mío: derechos de autor. No busco reconociento, que eso ya lo tengo. Quiero convertirlo en parné, que si no cobras no vales. La cosa debió tener su ingenio, que de lo contrario estos del sindicato no habrían adoptado una lectura que tanto les irritó. Salvo que se hayan hecho de derechas. O salvo que, puede ser, lo hayan sido siempre.
