En la Tierra a sábado, noviembre 29, 2025

LA LENGUA, ARMA PARA DESINTEGRAR

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Las situaciones a mi modo de ver esperpénticas que se están produciendo en Cataluña, País Vasco, Galicia o Baleares, al calor de sus respectivas políticas lingüísticas, que tratan de dejar al castellano en una posición de inferioridad en esos territorios, suscita toda una serie de consideraciones con respecto al idioma o la lengua, que puede que vengan al caso en este momento en el que se atisban serios peligros, producto de una guerra lingüística no declarada y de este dogmático nacionalismo que nos invade.

Para quienes consideramos que en materia de leyes, prohibiciones u obligaciones, cuantas menos mejor, el legislar sobre el uso de un idioma que no de su conociento, aunque también,  se nos antoja preocupante numerosas razones, entre las que el respeto al individuo y a su sagrada libertad, no ocupa un lugar secundario.

En prer lugar, una afirmación tan vehemente como firme. El mayor de mis respetos hacia las lenguas vivas o muertas y para quienes las utilizan como vehículo de expresión y más en el caso del catalán, idioma que forma parte de, al menos, el 50 ciento de mis genes culturales.

Hecha esta declaración de fe, que considero suficiente para que nadie me pregunte la vela y el entierro, ahí va una nueva declaración mucho más académica , aunque no ello menos discutible: una lengua es, enca de todo, una herramienta de comunicación y solo cuando ésta función ha sido plenamente satisfecha, es cuando puede ejercer y utilizarse como elemento de identidad, como lo es la música, la  danza, el dete, la gastronomía o las costumbres en una sociedad.

Y esta sencilla afirmación, que seguramente será rebatida más de un interesado en que la historia bendiga todo tipo de excesos que comete el humano, está basada en algo tan sple como es el presumible origen de las lenguas y que no fue otro que el sple acto de entenderse con el vecino de al lado. Imaginar al homo erectus intentando dar el salto cualitativo del gruñido y el bastonazo a otro nivel de expresión más verbal y refinado para pedir alento a su vecino o ligarse a su vecina, parece una obviedad que solo merece traerla a colación para reafirmar, con rotundidad que no es correcto incluso diría que pernicioso utilizar la lengua como una bandera, es decir, como una seña de identidad, caiga quien caiga o salga el sol donde salga.

Las lenguas, incluso entre los anales prarios, son básicamente vehículos de comunicación y además, en el caso de los humanos, forman parte inherente de su acervo cultural, aunque yo daría buena la irrupción de ese viejo sueño que es el esperanto, si su aparición me permitiera comunicarme con los cerca de 6.000 millones de seres humanos que habitamos el planeta tierra.

El drama sobreviene cuando alguien decide utilizar el idioma como arma arrojadiza contra el otro o como sple elemento de diferenciación, lo que no deja de ser una auténtica aberración intelectual, ya que se prioriza la seña de identidad, producto de una patente crisis de la misma, a la naturaleza misma de la herramienta: el poder de comunicar. Buscando un símil quizá forzado, podríamos decir que es como utilizar el bisturí para apuñalar a alguien en lugar de usarlo para hacer incisiones que permitan sanar un tejido o un órgano dañado.

Salvando las diferencias entre el catalán, el vasco y el gallego, y aceptando los argumentos de que el franquismo y la falta de apoyo a las mismas,  fue la causa de un cierto retroceso en el uso de las mismas, soy de los convencidos de que los nacionalistas de estas tres comunidades Fraga incluido decidieron hace tiempo tomar la lengua como símbolo de su identidad en lugar de hacerlo como vehículo de comunicación o, dicho de forma más brutal, decidieron utilizar sus respectivas lenguas como mecanismo de exclusión de otras comunidades que hasta entonces habían convivido sin ese problema y que se habían integrado plenamente en esas sociedades. Quede claro que la utilización de la lengua con esos objetivos comta una batería de elementos xenófobos que la mayoría trata de ocultar, mientras otros ¡va tí Arzallus! los pasea y airea con ese talante de soberbia y prepotencia que da la ignorancia y la spleza.

Los preros resultados de esa política lingüística han empezado a producirse a pesar de sus hagiógrafos, que practican con cinismo exquisito el "aquí no pasa nada". Pero resulta que sí que pasa y que está pasando y mucho. Y pasa, ejemplo, que comienzan a encontrarse alumnos universitarios de los llamados "paisos catalans" que tras haber estudiado el bachillerato en el nivel catalán que corresponda, tienen problemas serios para expresarse en castellano, sea ésta hablado o escrito. Y eso lleva varios años ocurriendo, está estudiado y demostrado para quien guste comprobarlo.

Como está igualmente investigado y comprobado que las dificultades de expresión en castellano, que hasta hace unos años se reducían a la Cataluña, Basconia y Galicia profunda y rural, hoy se ha extendido a la sociedad urbana y joven que es, en teoría, la que más debería necesitar de un mayor conociento y uso de idiomas.

A uno, le quedaba la secreta esperanza de que cuando la temperatura ambiente hubiera bajado unos grados, enca de sbologías egocéntricas, iba a emerger el pragmatismo que todos llevamos dentro y que busca, enca de cualquier otra consideración, el utilitarismo, y que ese principio de utilidad iba a ser el que pediría perder el contenido  comunicacional que tiene toda lengua enca de cualquier otra consideración sbólica. Pero no ha sido así. A un médico, para ejercer en la sanidad pública vasca,  le exigen el conociento del vascuence tanto o mas que el de las buenas prácticas médicas; en Cataluña, se ha hecho del incumpliento del llamado "decreto de las tres horas" un santo y seña del nacionalismo militante; en las universidades de las tres comunidades, en mayor o menor proción, se fuerza a los profesores a que utilicen las lenguas cooficiales y se demoniza a quien usa el castellano; en Palma de Mallorca….Y así podríamos llegar hasta el infinito.  

La cuestión, ahora, es saber cual es el límite de la espiral y cuantas generaciones van a sufrir ese inmenso déficit que se está produciendo en la actualidad en España y si alguien está la labor de reconducir este disparate colectivo.

Carlos Díaz Güell es vicepresidente ejecutivo de Serfusión

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