Bolonia, además de ser una bella ciudada italiana da nombre al acuerdo de la Unión para crear un espacio de educación superior europeo y está pasando más inadvertido de lo que debiera, dada la intención de algunas universidades de iniciar su plantación en el curso que ahora comienza (en teoría debe estar aplicada para 2010), ya que se trata de un proceso de gran calado que tendrá incidencia en el ciudadano, como todo los que tienen que ver con la construcción europea. Y los profesionales del periodismo, hasta donde acierto a llegar, también son ciudadanos
La información es escasa y las opiniones, a favor y en contra, se vierten más desde posiciones apriorísticas que tras una reflexión de fondo. El asunto, como casi siempre, ofrece dos ejes de análisis: el binomio izquierdaderecha y el de uniformidaddiversidad. Las críticas se fundamentan en que puede potenciar una visión neoliberal de la enseñanza mercantilizando la universidad, retrocediendo en su democratización social y en que puede diluir lo que es la diversidad cultural y lingüística de un conjunto tan plural como Europa, donde algunos estados llevan esta tarea muy adelantada puertas a dentro. Como siempre, Europa ofrece peligros, pero también otunidades. Todo menos continuar como hasta ahora. A lo mejor Bolonia supone esa catarsis de la que tan necesitada está la universidad española.
La Declaración de Bolonia apenas tiene dos páginas de contenido. Éste puede ser un significativo dato de partida para empezar a hablar del confuso y polémico proceso que en los próxos años transformará la universidad española, adecuándola al Espacio Europeo de Educación Superior.
La modificación más sustancial que conlleva Bolonia es la sustitución de las actuales licenciaturas grados y postgrados, en un intento de uniformar el catálogo de titulaciones en el conjunto de la UE. Siguiendo el modelo anglosajón, los grados serán el equivalente a las actuales licenciaturas, reduciéndose a una titulación de cuatro años. El prero de los cursos será de formación general compartida todos los estudiantes de una misma área. El argumento que subyace bajo esta modificación es la movilidad, una de las bases sobre las que se fundamenta Bolonia, un proyecto que busca la permeabilidad de estudiantes en un espacio educativo común. Ideal para España en donde las autonomías tratan de estructurar su modelo universitario según sus pequeños intereses.
Algunos profesores y estudiantes, sin embargo, creen que esta unificación de las titulaciones supone una merma enorme en la calidad de la formación superior y muestran graves resistencias al cambio, la realidad es que lo grave, en lo que a la universidad pública se refiere, es que siga como está y que se quiera desarrollar Bolonia sin un euro más de presupuesto. Un posible metafísico aunque de entrada las carreras pierdan un año.
Tras los criticados grados, Bolonia prevé que la formación continúe con postgrados (también conocidos como títulos propios o masteres), una especie de segundos ciclos de especialización propuestos cada universidad. La mayor reticencia hacia este sistema es que los grados no preparen lo suficiente a los alumnos y que éstos se vean obligados a hacer un postgrado para poder acceder al mercado laboral.
Todo ello, sumado a que los masteres, aunque sigan manteniéndose a precio público, serán más caros que los actuales segundos ciclos, es lo que hace temer que la plantación de este modelo termine convirtiendo a la universidad en un lugar elitista donde sólo los que puedan pagarse el acceso a un título propio, tendrá una formación completa. Y es aquí donde las universidades privadas han detectado el filón y llevan años preparando el asalto a donde en realidad hay negocio. Bien, si las autoridades educativas se toman en serio las inspecciones hasta ahora cuasi inexistentes, lo que ha repercutido en clamorosos y permitidos incumplientos en muchas de las obligaciones que las Universidades tienen. Sin ir más lejos, el del número de doctores.
El motor que mueve la reforma de Bolonia, explicitado en la misma declaración, es hacer del conociento un valor para el creciento y el desarrollo del continente. En este sentido, uno de los objetivos de la Unión Europea es abrir la universidad pública al capital mixto, combinando la financiación pública con fuentes privadas. Los puristas de la comunidad universitaria pública, anclados en la edad de piedra, han puesto el grito en el cielo, ya que las compañías podrán subvencionar masteres con determinada orientación práctica útil, algo que ya sucede en la actualidad con cátedras como la de Repsol, ejemplo.
Entre el profesorado aparecen las criticas focalizadas en esa búsqueda de la practicidad de la enseñanza y apuntan a la Agencia Nacional de Educación de Calidad y Acreditación (ANECA), controvertido organismo "externo" cuyo papel consiste en evaluar al profesorado y a las nuevas titulaciones que proponen las universidades y lo hacen, en ocasiones, los miembros más recalcitrantes del mundo universitario. Así, para dar luz verde a un grado o postrado, denuncian que la ANECA está valorando como uno de los criterios fundamentales la "utilidad social" que tenga la titulación. ¿Y en qué se traduce eso? Pues en que se considera que las carreras de mayor utilidad social son aquéllas que son capaces de atraer una mayor financiación externa. Éstas serán, lo tanto, las que más dinero público reciban.
Para muchos de los enemigos a la reforma educativa que trae Bolonia, la inclusión de la política de universidades en el nuevo ministerio de Ciencia e Innovación, es una muestra de que el diagnóstico que hacen del futuro de la educación superior es correcto, ya que la universidad queda al arbitrio de políticas de I+D+i, incompatibles con muchos estudios universitarios como las humanidades, la ciencia básica o la ciencia teórica.
El debate está abierto aunque no parece haber alcanzado, hasta ahora, el clímax. Escasas son las firmas que se han ocupado de Bolonia en los medios de comunicación como ocurre en Europa. Un artículo aquí, un corto ensayo allá, forman parte de las escasas ataciones de la Universidad española al debate público sobre su futuro inmediato.
Ningún tertuliano considera que deba ocuparse de ello.
¡…dita sea!
Carlos Díaz Güell es vicepresidente ejecutivo de Serfusión










