Los economistas están hechos un lío. Nadie es capaz de explicar al gran público, es decir a todos nosotros, lo que está pasando. Las noticias sobre nuevas debacles financieras se suceden a un ritmo vertiginoso y los periódicos se quedan viejos de un momento a otro. Solchaga, el ex ministro de Economía de los preros gobiernos socialistas de González ha tratado de splificar la Gran Depresión que nos gobierna: ‘Es todo una cuestión de Confianza, con mayúsculas, tranquilos. El dinero está, pero la desconfianza paraliza su circulación'.
Teóricamente los bancos lo tienen, pero guardado bajo siete candados y miran de reojo qué pasa con la entidad vecina, antes de soltar un solo euro en ‘préstamos interbancarios' que, en realidad nadie conoce el alcance de la crisis financiera mundial, y decide guardarlo si lo fuera a necesitar en un futuro próxo. El dinero es muy cobarde.
Al final, como todo en la vida, es una cuestión filosófica. Así lo entendió, y a su manera ya lo profetizó el más grande, desde mi punto de vista, economista social de todos los tiempos, John Kenneth Galbraith en su fabuloso, y hoy más vigente que nunca, libro ‘La Sociedad Opulenta'. Venía a decir, Galbraith que a mayor progreso ‘los pobres son más pobres y el control y reparto de la riqueza estará siempre en manos de los ejecutivos, que son los que crean, prero el producto y después la necesidad, mediante técnicas de política oratoria y publicidad, de modo que anulan la soberanía del consumidor'. Engañar y vender humo. Efecto contagioso.
En este sentido sale más a cuenta ser pobre en un país pobre que en un país capitalista. Eso deben de estar comprendiendo, o al menos intuyendo, los últos inmigrantes llegados a países como el nuestro. Algunos de ellos se plantean seriamente si les compensa estar arrancados literalmente de sus raíces familiares, para acabar tirados entre la basura o los sucios bancos de algunos parques públicos de nuestras ciudades.
En este momento, los economistas pueden ser comparados a un colectivo de médicos actuando irreflexiva y frenéticamente ante una epidemia que no deja de brotar donde menos se espera. Algunos se aventuran y son valientes en sus diagnósticos, ejemplo el ministro de finanzas alemán Peter Steinbrück, y al día siguiente se estrellan estrepitosamente.
Solo hace dos días, escuchaba yo en las tertulias radiofónicas de nuestros diales, a diferentes economistas, todos ellos muy mediáticos y enterados, Ontiveros, Fernández Ordóñez, Estefanía, Solchaga, Iranzo, Montoro, etc.; coincidir, sin fisuras, en que las enormes inyecciones de liquidez estatal a los bancos, norteamericanos, (700.000 millones) británicos ( 550.000), alemanes (100.000), españoles (50.000), italianos (20.000), belgas, irlandeses, etc.; lograrían sanear el sistema financiero mundial antes de que se caiga como una hilera de naipes.
Un día después, los mismos economistas, y otros nuevos, no sabían explicar qué las Bolsas internacionales se hundían en la miseria. Con bajadas del tenor de hasta un 12 ciento. Impresionante. Pero solo unas horas más tarde, el Plan PaulsonBernankeBrownMerkelSarkozyZapatero, estaba obsoleto y seis grandes bancos centrales europeos tomaban la inédita medida de bajar coordinadamente los tipos medio punto. ‘Al fin una alegría para los hipotecados desde el 2003', dijeron entonces.
Todos estaban seguros de que esta medida, ahora sí y en breve, acabaría repercutiendo en la bajada del Euríbor para las hipotecas de las familias y en incentivos para préstamos a las PYMES. Pues tampoco. Horas después el Euríbor experentaba una considerable subida de tres décas. Es como una montaña rusa.
Y hablando de rusos, en medio de todo esto, resuena la bronca voz del estrafalario Presidente venezolano, Hugo Chávez, que refleja, una vez y en una sola frase, el sentir de las masas de lo que llamamos el mundo civilizado, desde el capitalismo ultraliberal yanqui, hasta la moderada socialdemocracia o democracia cristiana europea: ‘Que se suiciden de una vez todos los banqueros'.
Pero, no hay mal que bien no venga. Mientras las tasas de desempleo van a seguir creciendo, al menos los psiquiatras ahora podrán trabajar a pleno rendiento. Objetivo: Remendar la decrépita Confianza del Mercado. Esa es la palabra clave. Confianza. Hoy lo que vale dinero y se cotiza a precio de oro es una emoción. Confianza. Se equivocan, y no saben hasta qué punto, todos aquellos políticos que, en su miopía de sacar réditos electorales a corto plazo, no se pongan a trabajar, muy seriamente, en este Objetivo.
Obama lo resumió estupendamente: ‘Prero hay que apagar el fuego y después buscar y castigar a los culpables'. La duda razonable es ¿serán realmente perseguidos, detenidos, juzgados y castigados? Permitan mi parte una nota de escepticismo. Creo más bien que ellos mismos serán los encargados de su propio camuflaje, al final los pirómanos se convertirán en bomberos y con sus hábiles tácticas, de oratoria política y publicitaria, prero crearán el fuego y después la necesidad de apagarlo. No hay remedio. Ya lo dijo Galbraith el más lúcido de los economistas: Los ejecutivos se ponen su propio salario. ‘Y después arruinan a la sociedad' le faltó decir.
CONCHA MINGUELA
Directora de 'Gente en Madrid'