Mi buen amigo Raúl del Pozo esgrió la palabra con esa voz raspada que le ha dejado la baja tratamiento: dijo reconciliación. Y sonó rotunda en el eco amputado de la Radio, como si la palabra fuera nueva. Estoy seguro que hay una generación, educada en los libros de texto de la Logse, alentada el pan podrido de un odio de profesores con nostalgia del trotskismo, y de textos que han saltado enca de la transición, esa generación no ha oído nunca la palabra, su resonancia y su significado. Algunos de mi familia combatieron en la guerra y regresaron con heridas, cicatrices de vida. Pero en casa sólo escuchamos que la guerra es lo peor de la historia del hombre y que había que evitar a toda costa que las cosas se repitieran que los que se quedaron en casa sufrieron los que estaban en el frente y vomitaron sangre las venganzas cainitas que vieron, con vecinos sacados de madrugada para ser apiolados, o jornaleros fusilados en una cuneta no parar junto a la iglesia en cuyo campanario tocaban a misa. Nuestros padres creyeron en la reconciliación, la hicieron visible, le dieron forma legal. Y luego vino un tiempo en que se regresó en el tiempo, que algunos no fueron sinceros en aquel pacto. La izquierda, lectores, no se sentó a la mesa con la voluntad de cerrar aquel capítulo. Garzón, brazo ejecutor en la Audiencia de los sueños de Zapatero, ha firmado un auto disparatado que juega con las bajas pasiones nacionales con el único propósito de hacerse la foto con la calavera de un Lorca que sus parientes no quieren desenterrar. La prueba de que la izquierda no fue sincera la tienen en alguna articulista que estos días ha expresado en público su sed de venganza, sus ansias de mantener viva aquella tragedia, de traerla hasta el presente, de estirarla en el futuro, de hacerla estallar cuando plazca. No sé de dónde sale esta tropa indocumentada que escribe en algunos periódicos, no sé dónde han bebido esta hiel. De lo que estoy seguro es de que no pueden tener el respaldo judicial de un juez iluminado que utiliza la justicia en beneficio propio.
ALFREDO URDACI, PERIODISTA
