Decir que la crisis no ha hecho más que empezar y que todavía no ha llegado lo peor, es un lugar común para cualquier observador de la realidad económica. Sólo el Gobierno de España se resiste aún a proclamarlo puesto que, en tal caso, tendría que comenzar a tomar medidas estructurales y de hondo calado, algo inabordable para un gobierno de muy cortas miras. Así que cada uno habrá de vérselas con sus propias miserias. Y más que nadie, los dos grandes motores que la crisis ha gripado: las pymes y los autónomos.
Entre el torrente de dificultades externas que atenazan a estos dos subsectores vitales, es obligado nombrar dos muy profundas y sin fecha de salida: ausencia de crédito a largo plazo y debilidad creciente de demanda de bienes y servicios. Por tanto, no cabe otra táctica para capear el temal y sobrevivir que la reducción drástica de costes.
Pero, ¿que tipo de costes puede reducir una pequeña empresa o un profesional autónomo? ¿Acaso puede recurrir a despidos o "eres" masivos? ¿De quién?. Tampoco parece que esté al alcance de su mano rebajar sustancialmente costes de proveedores de materias pras o servicios. Casi sólo quedaría analizar hasta dónde puede disminuirse el coste de los elementos necesarios para el desarrollo del proceso de producción. Entre estos, hay uno de gran pacto: el espacio preciso para ejercer la actividad productiva.
Tanto los polígonos industriales como las calles comerciales de las ciudades presentan en los últos meses un pasaje desolador; los carteles de alquiler y de venta se agolpan en las fachadas sin solución de continuidad. Muchos negocios tienen, o tenían, exceso de metros cuadrados y es precisamente ahí donde, con algo de aginación, se puede encontrar una buena vía para el ajuste de costes de producción.
Durante los años de bonanza, el tamaño del almacén, de la nave industrial, era para pequeñas empresas y profesionales autónomos un signo de estatus así como de previsión para una posible ampliación de negocio. Por eso, en vez de alquilar cincuenta metros que pronto se quedarían cortos, se alquilaban cien; y, si en vez de cien, doscientos, mejor que mejor. Ahora, en cambio, ha llegado el momento de aquilatar el espacio: una mininave, a buen precio, puede ser suficiente en los próxos años. Ya llegará el momento de ampliar; ojala sea así.
Lo anterior sirve para el ya establecido como estrategia de supervivencia. Pero más aún es válido para el que, vícta del desempleo en una gran empresa, decide instalarse su cuenta como profesional; necesitará poco espacio, alquilado, y barato. Existen ya en los cinturones industriales de algunas ciudades promociones de mini almacenes y mini naves en alquiler de todos los tamaños, a precios competitivos, y con vigilancia, suministros y gastos de comunidad incluidos, que han experentado fuerte demanda en los últos años. Y ello a pesar de las muchas trabas que los ayuntamientos más proclives a los polígonos de grandes naves han venido poniendo para conceder las correspondientes licencias a los promotores de mini naves industriales.
Pues bien; ahora es el momento de la flexibilidad y fomentar la oferta de pequeños espacios donde el que estaba sobredensionado pueda subsistir y donde el que quiera iniciar la andadura lo pueda hacer con buen pie, y con el zapato perfectamente ajustado.
Carlos Díaz Güell es asesor de estrategia logística del GRUPO TIASA