Todo el mundo ha soñado con unas blancas navidades. Esas que se cantan en los villancicos de los grandes almacenes pero que raramente se viven. Esa navidad que todos añoramos que algo tiene de mágica. Cuando la ciudad se ha levantado llena de nieve, aquí, allí, acullá, nos damos cuenta no solamente de la letra del villancico sino de la fragilidad humana. Consideramos entonces que ya no es fácil arrancar el coche, comprar un litro de leche es inaccesible y echamos mano de la mano amiga. Ese vecino al que apenas saludas que siempre vamos con prisa, esa persona de la que ni siquiera sabes su nombre pero que ahora te hace falta que te puede prestar un huevo para dar de comer a tus hijos. No estamos hablando de poblaciones entre montañas a grandes altitudes, estamos hablando de Madrid. Pongamos que hablo de Madrid. Ese Madrid que tanto da de sí.
Las infraestructuras estaban preparadas pero nosotros no. En pequeños pueblos cercanos a Madrid, unos y otros hemos tenido que tender la mano al prójo. Hemos tenido que ayudar a sacar un coche que estaba enterrado. Una mujer que pedía auxilio y niños que estaban solitos en las paradas de autobús. Y la nieve, esa que todos añoramos ha hecho que más de seis horas se colapsara una mañana de lunes, aparentemente normal.
Los niños se han puesto a jugar ajenos al drama que supone quedarse incomunicado, los adultos, han ayudado como han podido y ha saludado prera vez al vecino de al lado, “vaya día”. Y en esas pequeñas cosas, nos damos cuenta con qué pocas cosas podemos ser amables y qué bueno es ser grato para los demás.
Si alargamos más la mano, podemos recordar acaso a las personas que no tienen, a los niños huérfanos, a las personas sin hogar, y quizá, podríamos empezar a ser mejores personas gracias a ver de nuevo la nieve.
Año de nieves, año de bienes. En este país de charanga y pandereta, acostumbrados al sol y al cachondeo nos damos cuenta que somos otros cuando nieva, acaso cuando no vemos al vecino de siempre igual y a lo mejor, esto nos sirve para aprender de nuevo una lección. No es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita. Y todos nos quejamos cuando Barajas no tiene previsto que caigan cuatro copos, cuando la sal no llega nada más que a las carreteras principales y nos seguos preguntando, ¿en qué país vivos? Pues en el mismo de ayer. Esto es España, con todas las consecuencias. Y llegada esta semana de felicitaciones, de amores y de deseos, de alegres canciones y de ingratos recuerdos, la nieve nos devuelve acaso a nuestra realidad. Un año más, o un año menos, según se mire. Parece que no ha cambiado nada desde hace doce meses, pero día a día hemos visto crecer al mundo gracias a intet. La prensa se ha transformado como algunos, como pr previeron diez años atrás y ahora, La explosión de las redes sociales y la banda ancha móvil, son los hitos tecnológicos de 2009. El número de usuarios de las comunidades sociales se ha multiplicado seis pero cuando caen cuatro copos, multiplicamos seis los problemas. Ya queda menos para navidad, vayan ultando los regalos. Para nosotros, existen los Reyes Magos que traen siempre lo que todos deseamos. Que esas navidades solidarias empiecen en un día como hoy, en el que acaso, nieva.
Eso no les ha sucedido a los parlamentarios franceses: 577 diputados y 345 senadores al abrir su regalo de navidad se encontraron con un juguete sexual, un paquete de preservativos y un gorro de Papá Noel. Imagínense ustedes si José Luis envía todo ese pack a Mariano, Cospe y compañía. No habría nieve para enterrarle. Pero llegados a final de año, como el gobierno termina el curso político con mayorías holgadas tanto monta, monta, tanto.
Año de nieves, año de bienes. ¿No era así?
Ana de Luis
Periodista