Obama celebra su prer aniversario desde la toma de posesión (20 de enero de 2009) con menor popularidad en las encuestas, habiendo perdido un escaño en el Senado Massachusetts, enfrentado con los bancos norteamericanos su nueva regulación y con la definitiva aprobación de su reforma sanitaria pendiente de un hilo.
La gran pregunta que hay que hacerse, a mi entender, es si todo esto es muy relevante, splemente relevante o, quizá irrelevante. O si hay algo latente mucho más tante aún. La respuesta, en mi opinión, es sple y compleja a la vez: depende, según se mire. Hay diversos puntos de vista, distintas perspectivas desde las que contemplar los retos a los que se enfrenta Obama tras un año en la Presidencia. Para empezar: ¿es un año un tiempo sensato para juzgar la labor del líder de la prera nación de la tierra? Creo que, el prer aniversario, tiene un valor más sbólico que real. Sobre todo, teniendo en cuenta que la agenda del Presidente, el conjunto de programas e iniciativas que prometió sacar adelante en la campaña electoral de 2008 era la más ambiciosa desde los tiempos de Kennedy y Lyndon Johnson: superar la crisis económica, reforma sanitaria, energía, educación, regulación bancaria y salir de dos guerras. Casi nada.
Otra perspectiva a tener en cuenta es la electoral: en noviembre de 2010, se celebran elecciones legislativas. ¿Volverá a suceder como en 1994, cuando los republicanos de Newt Gingrich arrasaron a los demócratas de Bill Clinton, haciéndoles perder la mayoría en Congreso y Senado? Mirando al pasado reciente, uno podría pensar que el Presidente y su Partido tienen motivos para la preocupación: en noviembre de 2009, el Partido Demócrata perdió las elecciones a Gobernador en New Jersey y en Virginia. Y, en enero de 2010, contra todo pronóstico, un republicano (Scott Brown) “arrebató” el escaño al Senado Massachusetts al Partido Demócrata. ¿Cabe extrapolar estas derrotas locales a nivel nacional? Creo que no. Es como, si en España, el partido en el poder perdiera unas elecciones locales en Almería y pretendiéramos ampliar el efecto a unas elecciones generales. Otra cosa es que Obama haya tomado nota de “los signos de los tiempos”, y haya decidido ponerse en marcha para que no le pase como a Bill Clinton. De hecho, ha vuelto a contratar los servicios de David Plouffe, su director de campaña en 2007 y 2008 para que movilice a su electorado desde la Plataforma “Organizing for America” y empiece a trabajar en las elecciones legislativas de noviembre de 2010.
Por un lado, parece claro que la agenda legislativa del Presidente era y es muy ambiciosa. Un programa de gobierno pensado para un míno de cuatro años y un máxo de ocho no puede ni debe ser juzgado con la perspectiva del corto plazo de doce meses. Por otro lado, los problemas que Barack Obama heredó de su antecesor eran tan grandes y complejos que hace falta mucho más que un año para resolverlos.
La gran cuestión es lo que la gente piensa y siente. Ocho de cada diez americanos piensa que la economía no va bien y que la prioridad del Gobierno ha de ser crear empleos. En un país en que se idolatra el trabajo, una tasa de desempleo nominal del 10%, y real del 17%, es seguramente silar al desastre experentado la economía española, que encabeza la tasa de desempleo de la eurozona, doblando su media y alcanzando el casi 20% de su población activa. Las expectativas de los norteamericanos que votaron a Obama eran tan grandes, y sus deseos de una muy pronta solución de los problemas, tan fuertes que, al ver que las cosas no se resuelven de un día para otro, han caído en la desesperanza. Bajo este prisma quiero yo analizar la derrota electoral en Massachusetts y la opinión de los americanos en las encuestas de la tercera semana de enero de 2010.
El Tracking diario de “The Rasmussen Rets” (hecho sólo entre potenciales votantes y no población general, lo cual otorga peores calificaciones al Presidente), decía el 21 de enero de 2010 que el 47% de potenciales votantes aprobaban la gestión del Presidente, frente a un 52% que la desaprobaban. Según otra encuesta de NBC News/Wall Street Journal, hecha entre población general (no sólo, tanto, entre potenciales votantes, sino entre toda la sociedad americana), del 19 de enero de 2010, un 48% de americanos aprueban la gestión del Presidente y un 43% la desaprueban. Un año antes, los respectivos centajes eran de 56% (aprueban) y 31% (desaprueban). El Partido Demócrata también se ve afectado: un 38% de americanos tienen buena opinión del Partido Demócrata y un 41% expresan tener una visión negativa. Curiosamente, esto no se traduce en mejores calificaciones para el Partido Republicano: un 30% otorgan buena agen a los republicanos y un 42% les dan malas calificaciones. La erosión de la agen del Presidente y su partido no se traducen en buena agen para el partido en la oposición.
Otra encuesta, ésta de CBS News, otorga al Presidente, en las mismas fechas, un índice de aprobación de su gestión del 46% (frente al 50% de un mes antes, en diciembre de 2009). Y el Tracking político diario de Gallup otorga a Obama un 49% de aprobación de su gestión.
Todas las encuestas coinciden en penalizar al Presidente no haber sacado (aún) a América de la crisis, muestran que muchos americanos no están de acuerdo con la reforma sanitaria tal y como está planteada hoy, mientras que apoyan a Obama en su gestión del terrorismo, tras el intento de atentado del 25 de diciembre de 2009, a pesar de los fallos de seguridad que pidieron detectar con antelación al terrorista.
Uno de los grandes problemas del Presidente Obama, cara a la opinión pública, es que ganó las elecciones de 2008 gracias a una “coalición” de votantes muy diversos, cada uno de ellos con expectativas distintas: posiblemente es difícil encontrar denominadores comunes en los “distintos sueños americanos” de Afro Americanos, Latinos, Jóvenes, Mujeres, trabajadores blancos de clase media y baja (mayoritariamente los que componían la base electoral de Massachusetts, un Estado muy maltratado la crisis económica), Independientes y Republicanos moderados; en últa instancia, también, de los Demócratas de todas las denominaciones. Las encuestas muestran que, lo que a unos parece una visión radicalizada de izquierdas de Obama (visto desde “la derecha”), a otros parece como un muy tímido liberal (visto desde “la izquierda”). Al fin y a la postre, a pesar de todo el despliegue legislativo hecho Obama en su prer año de Gobierno, la resultante es que el Presidente parece no contentar a nadie completo. Porque contentar a todo el mundo (cuando tantos intereses: de raza, de sexo, de clase social, son tan dispares, cuando no contrapuestos) es casi prácticamente posible. A pesar de las intenciones de Obama, es posible que sus asesores le digan que tiene que intentar comunicar mejor lo conseguido hasta ahora, al tiempo que debe procurar contentar a su base electoral, haciendo que la economía vuelva a crecer. A estas alturas ponerse a conseguir “conversos”, en política, es misión posible. Pero como afirmó, tras la debacle de Massachusetts, Robert Gibbs, principal asesor de comunicación del Presidente: “ahora tenemos que centrarnos en crear las condiciones para que el sector privado vuelva a contratar”. David Axelrod, senior political advisor del Presidente, también puso claras las prioridades: “tenemos que prestar mucha atención a la solución de los problemas económicos que aquejan a las clases medias”.
Una gran lección de todo lo anterior es lo que Obama ha aprendido de la pérdida del escaño del Senado Massachusetts: el Estado ha sido desde hace muchas décadas mayoritariamente Demócrata. Quizá eso, la candidata demócrata, según muchos expertos, se durmió en los laureles esperando una victoria fácil, mientras su oponente republicano se puso las pilas, haciendo campaña sin descanso. Es como la fábula de la liebre y la tortuga o, peor aún, como volver a vivir la campaña electoral de 2008, pero habiéndose invertido los papeles, en este caso a favor del candidato republicano y en contra de Obama. La ventaja para el Presidente es que, habiendo visto las señales de alarma, aún puede tomar nota y variar el rumbo, cara a las elecciones de noviembre de 2010. Bill Clinton no lo vio venir, y así le fue: pérdida de la mayoría en ambas Cámaras, tras varias décadas de dominio demócrata y sin haber conseguido sacar adelante su reforma sanitaria. También puede afirmarse que Clinton, en su prer año de gobierno, siguió inmerso en el ambiente de escándalos y polémica que le había acompañado durante la campaña electoral de 1992, mientras que Obama no ha dado que hablar absolutamente nada en ese sentido y, según lo que conocemos los medios de comunicación, su vida privada ha sido muy normal.
Uno siempre podría decir que Massachusetts no pertenecía al Partido Demócrata, sino al senador Edward Kennedy. Evidentemente, la “pertenencia” a que me refiero es metafórica, y no literal. Fallecido Kennedy, en agosto de 2009, el Estado se ha sentido huérfano y no representado una candidata que no se ha entregado a su causa y a sus valores, como sí hubiera hecho Teddy Kennedy. También quizá eso, Scott Brown, el ganador de las elecciones de Massachusetts, pudo afirmar la noche de su victoria electoral que “ésta no es una victoria mía, sino del pueblo”. Pese a quien le pese, la gente elige libremente a quien le da la gana, a quien le da lo que quiere y, cuando esto no es así, los votantes retiraran su apoyo y su voto.
El problema de este enfoque podría ser el caer en la tentación de las políticas populistas: gobernar no conforme al interés general sino a lo que contenta al pueblo. Versión moderna del pan y circo. En este contexto muchos juzgan la regulación bancaria que Obama quiere sacar adelante: reminiscencia de la ley GlassSteagall, que tras la Gran Depresión de 1929 separó la banca comercial estadounidense de la banca de inversión. Ahora Obama quiere prohibir a la banca comercial que invierta en productos de excesivo riesgo, a pesar del potencial alto rendiento, que ese exceso de riesgo podría, de nuevo, poner en peligro todo el sistema financiero: Obama ganó la Presidencia prometiendo que haría los cambios estructurales necesarios para que esto no volviera a suceder, mediante una nueva regulación bancaria. A este respecto, dos cuestiones: Obama siempre ha dicho que uno no puede hacer las cosas de la misma manera y esperar un resultado distinto; Obama ya prometió sacar adelante durante la campaña electoral la reforma financiera que ahora anuncia. El que avisa no es traidor. Por eso no entiendo que tantos le critiquen cuando lo que Obama quiere hacer es cumplir con una de sus promesas electorales más tantes. Se podrá estar de acuerdo o no, con sus políticas; el tiempo será más o menos acertado, conveniente o no, pero lo más inconsistente del mundo es criticar a un político querer sacar adelante su programa electoral. Cuando estamos acostumbrados a criticar a los políticos precisamente lo contrario (incumplir promesas electorales conveniencia política del momento), muchos deberían estar contentos de que el líder de Occidente intente, splemente, cumplir con la palabra dada. Ahora bien y dicho lo anterior, como Clinton en la campaña electoral de 1992, Obama hará bien en recordar la famosa frase: “It’s the economy, stupid!”. Los americanos viven con ansiedad la situación económica del país, que les afecta negativamente a ellos y, lo cual, culpan a Obama, como en su momento culparon a George Bush. El Presidente va, necesariamente, a tener que escuchar a la gente y, en vez de intentar abarcar toda la agenda legislativa de su programa electoral, habrá de centrarse en lo que más preocupa a los americanos: la solución de la crisis económica, generar riqueza y empleos. Cuando la economía va bien, todo va bien. 2010, en América, va a ser el año de la economía.
Jorge DíazCardiel
Director Corativo
Ipsos Public Affairs España