En mi familia las mujeres han trabajado tanto o mas que los hombres. Mi abuela Doña Contxa Outeiral Mariño se levantaba a las cuatro de la madrugada para irse andando unos cuantos kilómetros la carretera de Escarabote A Poboa de Caramiñal para trabajar en la fábrica de conservas de nuestros parientes los Escurís. Alli pudo conocer a Don Ramon del Valle Inclán visitante asiduo de los conserveros. Mi otra abuela Doña Amable Gallego Caneda cogía los fardos con telas y punto, los cargaba en el coche de línea de los Castromil o en Los Americanos para irse a vender a la Feria que podía caer ese dia en Sober, en Escairón o tal vez en Mondoñedo. A mi madre Pura siempre la he visto cortar largos telares de camisas con una máquina enorme, para que después las cosieran las cincuentena de mujeres que pasaban a recogerla a “la fábrica” que habia creado de la nada con mi padre. Mi mujer Carmen que vino con la nevada de Barcelona desde su Antas natal, siempre ha trabajado a destajo desde su infancia, hasta que hoy como periodista sigue levantándose conmigo a las seis y media y dándole caña a la profesión con inteligencia y valor. Mis hijas catalanas Purificació e Iria tampoco le escapan al “curre” y se entregan cada día a su trabajo con especial saña, como si sus antepasadas no hubieran trabajado bastante ellas y las hijas de sus hijas. Mi nieta Joanna que hoy cumple cinco años, precisamente en el Dia de la Mujer trabajadora, es un auténtico terremoto, que agota a cuanto cristiano se le pone delante, desde las siete de la mañana hasta cuando su madre exhausta le dice: Amen. Entonces no perdona un par de cuentos del libro de Gloria Fuertes que le regaló su Abó gallego y luego se duerme con la promesa de que “mañana correrá mas y mejor”. O sea, que promete. Con semejante panorama familiar ¿como quieren que no me sienta orgulloso de mis queridas y siempre, admiradas mujeres?
Manuel Fernando González Iglesias
Editor y Director
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