En la Tierra a domingo, 5 mayo, 2024

Adiós tristeza; buenos días, buena suerte

Por la puerta grande. El Atlético de Madrid ha vuelto derecho propio a lo más granado de la historia del fútbol, después de años de resignado complejo. Se acabó la mala suerte. Hamburgo se rindió a los pies del mejor. Atlético de Madrid, eres un grande como los más grandes. Y tu querida afición se lo merecía. Necesitaba del triunfo para romper el maleficio y el sentiento trágico. Necesitaba del regalo de la confianza en su equipo, aunque nunca la perdió del todo. Una afición entregada, comprometida y sufrida como pocas, en la salud y en la enfermedad, en las alegrías y en las penas, una hinchada que llevaba penando con sueños de delirio europeo veinticuatro años. Una eternidad, desde que el Atlético de Madrid disputó su últa final europea, en 1986, frente al Dinamo de Kiev. Demasiados años suspirando cambiar el signo del destino, y romper la leyenda negra y el peor de los complejos, el de la resignación. En esta final el Atlético de Madrid se jugaba más que el título. Tenía que reconciliarse con su historia para cambiar el rumbo y enderezar el camino, tocar el cielo con los dedos, pintarlo de rojo y blanco. Los madrileños estaban en Hamburgo, físicamente los más de 20.000 aficionados que tomaron la ciudad alemana, y con el corazón el resto de madrileños, que en la noche del miércoles todos fuos colchoneros, todos vibramos con la gesta de los de Sánchez Flores y todos nos emocionamos con el abrazo al dios Neptuno en la madrugada madrileña. Desde el prer gol de Forlán, que nos puso la miel en los labios y nos hizo acariciar la copa. Con el jarro de agua fría del empate del Fulham que alargó la agonía hasta el últo segundo antes de la prórroga. Con el corazón en un puño la presión de un equipo con posibilidades de ganar y con hambre de eternidad hasta que de nuevo Forlán, tocado con el duende que sólo gozan los elegidos para la gloria, esculpió el pedestal sobre el que depositar la copa más anhelada. Nada podía detener a la escuadra rojiblanca. Ni los que cayeron el camino para llegar hasta la finalísa de Hamburgo, el Galatasaray, el Sting de Lisboa, el Valencia y el Liverpool, ni siquiera las cenizas del volcán que tuvo en vilo a los seguidores en el aeropuerto, pudieron con la fuerza y el tesón de los del Manzanares. Fin de la agonía, bienvenidos al cielo. Por fin poder gritar, sin complejos: ‘Adiós tristeza, buenos días, buena suerte’. Y ahora, a la Copa del Rey.

 

 

 

Alberto Castillo

Director de Gente en Madrid

http://www.gentedigital.es/blogs/sinacritud

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