Hace ya cuatro años, justo cuando empezaba a ser nacionalmente conocido sus ácidas críticas en televisión, conocí a Risto Mejide. Una mañana compartos café y alguna intidad en un conocido local de Barcelona, algo pasado de moda (no sé si hoy Risto aceptaría quedar allí).
Durante este tiempo hemos ido coincidiendo alguna vez y siempre nos hemos mostrado afecto mutuo (pese al resbalón de G20, lo siento tío). Su figura no ha generado indiferencia. Estoy convencido que si hubiera pasado, para él hubiera significado un fracaso.
Esta semana me hizo mucha gracias uno de sus tweets: “Si de verdad me deseas lo mejor para 2011, no me incluyas en tu puto spam estas navidades, y te creeré”.
¡Cuánta razón! ¿Cuánto spam navideño se ha enviado en estas fechas? ¿Cuánto dinero supone para las empresas? Son mails vacíos, sin ningún tipo de sentiento que además, el remitente, alegre su gran acción comercial, piensa que es una acción inmejorable de new business, o puede servir para despertar a un antiguo cliente y recordarle que “sigue ahí” (lamento comunicar que seguramente, ese envío alocado, produzca el efecto contrario).
Lo tante en nuestro sector es la confianza, la autenticidad, la desfachatez, el atreviento… y este tipo de “acciones macarras” no llevan a ningún lado. Si se te ha escapado alguna felicitación spasmosa, no te preocupes, aún estás a tiempo de rectificar y enviar un email personalizado (no cometas el mismo error dos veces) pidiendo disculpas.
Le he pedido a mi editora la posibilidad de que se puedan dejar comentarios bajo estas columna ya que sé que causó moviento lo del “proceso estalinista de la comprar”. De esta manera lo menos podemos ir interactuando y hacer realidad eso del 2.0., y de paso, podría felicitaros a todos la Navidad con un sentiento verdadero. ¡Nos vemos el año que viene, que seguro que será mejor que éste!
Álvaro Montoliu
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